Girls Just Want to Have Fun

Portada móvil

Judith Love Cohen (1933-2016) fue una ingeniera aeroespacial estadounidense responsable, entre otras cosas, del sistema de guía de abortos que salvó la vida de los astronautas del Apolo 13 cuando sufrieron una explosión, permitiendo su regreso con vida a la Tierra. Posteriormente, fundó una editorial dedicada a publicar libros que alentaran a las niñas a dedicarse a diversas actividades profesionales, especialmente del ámbito científico. En 1996, dejó definitivamente la ingeniería para enfocarse en esta tarea.

TEXTO POR MIGUEL JIMÉNEZ GUARDADO
ILUSTRADO POR CATALINA PARRA
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
INGENIERÍA | MUJERES DE CIENCIA | NASA
31 de Agosto de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

La puerta se hizo a un lado con un familiar crujido, dándole la bienvenida a una vieja conocida. Una inscripción a la altura de los ojos mostraba un nombre: Judith Love Cohen.

La mirada de Judith paseó por la penumbra de la estancia. Un hilo de luz del atardecer se colaba por un resquicio en la contraventana, iluminando a su paso motas de polvo que danzaban por el aire. Con una profunda inspiración para hacer frente a la nostalgia que la inundaba, atravesó el umbral de su antiguo despacho.

Tras depositar sobre el escritorio la caja de cartón que llevaba en brazos, abrió la ventana para dejar entrar algo de aire y de luz. Los objetos que ocupaban las estanterías y la mesa fueron revelándose poco a poco. Libros, fotografías, algún premio… Recuerdos de un capítulo de su vida que, finalmente, alcanzaba sus últimas líneas para dar paso al siguiente.

Sacó un trapo de la caja de cartón sobre la mesa y se aproximó a la estantería. Tras una capa de polvo, imágenes cargadas de significado para ella le devolvían la mirada. Tomó un marco de fotos del estante de arriba y lo limpió. En blanco y negro, una versión adolescente de Judith sostenía, sonriente, un papel hacia la cámara. El diploma informaba de que le había sido concedida una beca del Brooklyn College para graduarse en matemáticas. No fue sorprendente: desde el quinto curso, Judith había sido pagada por sus compañeros de clase para que les hiciera los deberes de esta asignatura y, ya en el instituto, era la única chica en clase de álgebra. Al orientador no le había hecho tanta gracia; el tipo no consideraba apropiado que las mujeres se dedicaran a las matemáticas o las ciencias. ¿Cómo era lo que le había dicho? «¿Sabes, Judy? Creo que deberías ir a una buena escuela y aprender a ser una dama». Judith solo podía reír ante semejante estupidez. Sin embargo, lo cierto es que al final no aceptó aquella beca de matemáticas. Fue cautivada, en su lugar, por la ingeniería.

...desde el quinto curso, Judith había sido pagada por sus compañeros de clase para que les hiciera los deberes de esta asignatura y, ya en el instituto, era la única chica en clase de álgebra

Depositó la fotografía en la caja y continuó con la siguiente. Al pasar el trapo, reveló a una Judith de diecinueve años ejecutando una pose de ballet. Ah, cómo envidiaba a aquella chica… A su edad, el cuerpo no era tan permisivo con según qué movimientos. En la época de la fotografía, era capaz de dedicarle horas a la danza en una compañía de Nueva York mientras estudiaba otras tantas en una escuela de ingeniería de Brooklyn. Luego tuvo que dejarlo un poco aparcado: casarse al acabar primer curso, mudarse a Carolina del Sur y seguir estudiando el grado y el máster en ingeniería mientras trabajaba a tiempo completo y tenía tres hijos son cosas que le dejan muy poco tiempo libre a una. Pero acabó retomando el baile, por supuesto.

En la época de la fotografía, era capaz de dedicarle horas a la danza en una compañía de Nueva York mientras estudiaba otras tantas en una escuela de ingeniería de Brooklyn. Luego tuvo que dejarlo un poco aparcado: casarse al acabar primer curso, mudarse a Carolina del Sur y seguir estudiando el grado y el máster en ingeniería mientras trabajaba a tiempo completo y tenía tres hijos son cosas que le dejan muy poco tiempo libre a una.

Guardó este marco junto al otro en su caja de cartón y continuó. ¿Cuál era esta foto? Ah, sí. La de la sonda Pioneer. Qué pena. Tanto trabajo para que luego el cohete que la tenía que transportar explotara. En fin. Al final salió un par de años después, pero su marido y ella se quedaron sin el reportaje que les iban a hacer. Bueno, al menos conservaba la fotografía.

Dirigió su atención al escritorio. Abrió una de las polvorientas carpetas que reposaban sobre él y se puso a hojear su contenido, tratando de recordar si se había dejado algo importante en el despacho. Nada, solo algunos papeles de los últimos años. Cosas de los sistemas de ingeniería del telescopio Hubble. Los guardó en la caja por si acaso. Sobre la mesa había más fotografías y las fue limpiando una a una y poniendo con las demás. Una en particular le hizo sonreír: el día que nació su cuarto hijo, Jack. Qué pequeño estaba en sus brazos. Ella tenía una expresión cansada, pero feliz, lo que no quita que, en ese momento, estuviera deseando terminar el problema que se había llevado impreso de la oficina antes de tener que salir corriendo al hospital. Y, bueno, al final lo hizo.

Continuó un rato enfrascada en su tarea, cogiendo objetos, limpiándolos y colocándolos en la caja. Poco a poco se fue llenando de marcos de fotos, carpetas, premios o libros, mientras los anaranjados rayos de luz que entraban por la ventana se desplazaban lenta pero inexorablemente por la pared de la habitación.

Un golpeteo en la puerta la sacó de su viaje por los recuerdos.

—Pase —dijo Judith. No podía distinguir bien la figura a contraluz que asomaba en el umbral; de pronto, Judith fue consciente de que llevaba un buen rato prácticamente a oscuras.
—¿Señora Cohen?
—La misma. ¿Le importaría encender la luz?
—¿Eh? ¡Ah! ¡Sí, claro!

La recién llegada pulsó el interruptor junto a la puerta. Una luz amarilla incandescente inundó la habitación y le puso cara: se trataba de una joven de escasa estatura, con una camiseta bajo un peto vaquero y cara de haber visto un fantasma: los hombros encogidos, los ojos como platos y las manos juntas retorciéndose de nervios. Judith entrecerró un poco los ojos, ajustándose todavía al cambio de iluminación. Prácticamente una niña. No podía tener más de trece o catorce años. O incluso menos. ¿De dónde había salido?

—¿Puedo ayudarte en algo?
—Eh… Yo venía…
—¿Trabajan aquí tus padres? ¿Necesitas que te acompañe con ellos?
—No, yo… —pausó un momento para tragar saliva y recomponerse un poco—. Yo venía a verla a usted.
—Ah. ¿Y a qué debo esta inesperada visita, entonces? ¿Puedo saber tu nombre, al menos?
—Me llamo Rachel. Aunque mis amigos me llaman… Bueno, no importa. —Se sonrojó ligeramente—. Es una tontería. —A continuación, dirigió la mirada a la caja sobre el escritorio de Judith—. Entonces, ¿es verdad? ¿Se va?
—Me temo que sí —contestó Judith, armándose de paciencia ante el hecho de que todavía no le hubiese explicado qué quería de ella.
—Pero… ¿Qué van a hacer sin usted? ¿Sabrán manejar sus satélites? Y si alguien más va al espacio y pasa algo, ¿quién les salvará?

Judith tuvo que contener una sonrisa.

—Los satélites de rastreo y transmisión de datos estarán bien. No los diseñé yo sola; había mucha más gente trabajando en ellos. Y tampoco el sistema de guía de aborto en el Apolo 13. Eso también fue un trabajo en equipo. Además, ¿cómo sabes tú de todo esto? Eres muy pequeña.
—¡Tengo doce años! El año que viene estaré en el instituto, así que soy casi mayor—dijo Rachel, sonrojándose de nuevo. Volvió a tragar saliva antes de continuar—. Mi padre trabajó en uno de esos equipos que dice. Y me contó que sin usted no habrían conseguido esas cosas. Que, si no hubiera diseñado lo de la guía esa, los astronautas no habrían vuelto sanos y salvos a casa.
—Ya veo. Bueno, no negaré que, sin mi trabajo y el de mis compañeros de entonces, los que iban a bordo del Apolo 13 probablemente habrían tenido un final más trágico. Entonces, ¿es esto por lo que has venido? ¿Para convencerme de que no me vaya?
—No —la niña parecía haber cogido algo de confianza a estas alturas de la conversación—. Le quería preguntar una cosa. Verá, es que… ¿De verdad cree que puedo ser paleontóloga?

Judith pestañeó, visiblemente confusa. La pregunta la había pillado totalmente desprevenida. ¿Por qué iba ella a saber…? Ah, claro.

—Has leído uno de mis libros, ¿verdad? —le preguntó a la niña.
—¡Muchas veces! Lo tienen en la biblioteca de mi barrio.
—¿Y recuerdas el título?
—Claro: Puedes ser una mujer paleontóloga.
—Ahí tienes tu respuesta.
—Ya, pero… En el cole me han dicho que los dinosaurios son cosas de chicos. A mis amigas no les gustan. ¿Y si solo soy rara?
—A lo mejor eres rara, y no pasa nada por eso. Pero no tiene por qué. No es raro que las chicas nos interesemos por la ciencia. Mírame a mí: cuando era poco más mayor que tú, casi ninguna chica estudiaba matemáticas, pero yo quería hacerlo. Y aquí estoy, tras una larga carrera en ingeniería. De hecho, esa es la razón por la que me voy. A partir de ahora, mi misión es que las chicas sepan que pueden dedicarse a las cosas que quieran, se consideren femeninas o no. Y lo haré trabajando en mi editorial y escribiendo más libros como el que tú leíste.

A partir de ahora, mi misión es que las chicas sepan que pueden dedicarse a las cosas que quieran, se consideren femeninas o no.

Judith pausó y, a continuación, extrajo de la caja sobre el escritorio su propio ejemplar de Puedes ser una mujer paleontóloga. Primera edición.

—¿Cómo decías que te llamaban tus amigos?

Rachel vaciló un momento, pero contestó:

—Rexie. Ya sabe, por…
—El Tyrannosaurus rex, imagino. Como el de Jurassic Park.
—¡Sí! —contestó la niña, sonriendo—. La he visto un millón de veces.

Judith le devolvió la sonrisa y, tomando un bolígrafo de la mesa, firmó una dedicatoria en la primera página: «Para Rexie: mujer, paleontóloga y todo lo que quiera». Rachel la miró con los ojos muy abiertos y sus manos temblaban al aceptarlo.

De pronto, a Judith le asaltó una duda.

—Por cierto, ¿cómo has conseguido entrar aquí?
—Eh… —la niña palideció ligeramente. Judith le guiñó un ojo.
—Tranquila. No diré nada.

Rachel suspiró, aliviada.

—Gracias —se dirigió a la puerta, donde se giró para mirar a Judith—. Por todo.

Con esto, salió corriendo por el pasillo.

 

Referencias:

Siegel, Neil. 2016. In Memory of Judith Love Cohen: Mother, Wife, Friend, Author, Engineer. USC Viterbi.

Tawa, Renee. 1999. Women in the Workplace / Judith Love Cohen: Engineering a Change: A Hubble telescope designer aims to rewrite the book on careers for girls with a series of stories about women in math and science. Los Angeles Times.

 

Más info en shop.principia.io o clicando en la imagen

 

Deja tu comentario!