Pescar a la Luna

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Lo que más les gusta a Manuel y David es ir a pescar con su padre. Pasar horas juntos, jugar y aprender cerca del mar. Pero no es todo tan simple a la hora de saber qué día se va a atrapar algo. Por ello, una noche antes de irse a dormir, el padre les desvela una fórmula secreta que pasa de generación en generación y que tiene a la Luna como protagonista.

TEXTO POR PAULA MARIEL LIVERATORE
ILUSTRADO POR MARTA REDONDO
ARTÍCULOS | KIDS
LUNA | MAREAS | PESCA
11 de Octubre de 2021

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Manuel y David eran dos hermanos inseparables, se decía que eran como las dos caras de la misma moneda. Cómplices, Manuel era callado y el de las ocurrencias; David era el parlanchín y que pasaba a la acción. Se divertían mucho jugando entre ellos y no paraban de hacer travesuras. Sin embargo, ninguno de los dos tenía dudas, lo que más les gustaba era salir de pesca con su padre.

El padre de Manuel y de David era un hombre muy cariñoso, aunque no sabía muy bien cómo demostrarlo. Trabajaba mucho, así que debía seleccionar muy bien lo que hacía en su escaso tiempo libre. Y él también lo tenía claro, lo que más le gustaba de todo era ir a pescar con sus dos hijos.

Pescar era pasar las horas viendo si esa caña picaba o no. Tirar y recoger la línea. Incontables veces. Aprender a encarnar, armar el anzuelo y, sobre todo, a desenredar. Concentrados eligiendo qué carnada poner: crustáceos, cangrejos, anchoas, calamares. Y otra vez la espera. ¡Cuántas veces se cortaba ese nylon! Y cuántas veces el padre, muy paciente, les enseñaba cómo volver a atar el anzuelo. Cómo elegir la mejor plomada.

Pescar no era solo pescar. Era descubrirse pacientes, estarse callados en compañía, contarse sus historias. Volver a casa contentos sabiendo que comerían lo que ellos mismos habían atrapado. O simplemente acumular un sinfín de anécdotas, que como más tarde descubrirían, serían sus recuerdos más preciados de la infancia.

Pescar no era solo pescar. Era descubrirse pacientes, estarse callados en compañía, contarse sus historias.

Cuando los peces tardaban en venir, Manuel y David se aburrían, claro. Se inventaban sus propias cañas y cebos, con algas, tuercas, pequeñas ramas. Y dejaban abandonadas sus invenciones para jugar con la arena, entre las rocas e inspeccionar recovecos donde se escondían cangrejos y moluscos. Si un imprevisto chaparrón los venía a saludar, armaban sus tiendas-cuevas todo lo rápido que podían. A veces, cuando no alcanzaban a refugiarse, permanecían horas todos empapados, tiritando, porque al padre se le había olvidado la ropa de repuesto o porque ya la habían utilizado.

¡Mas qué alegría cuando los peces llegaban! Esa especie de hilo transparente que tironeaba con ímpetu. Entonces, ellos pegaban otro fuerte tirón a la caña antes de recoger el carrete. Al ver al pez que había estado mordisqueando el anzuelo, la espera y el esfuerzo habían valido la pena.

Lo cierto era que esos días de pesca los aprovechaban al máximo. No solo porque era lo que más les gustaba a los tres, sino porque tenían que darse ciertas condiciones. Tenía que ser «el día» para ir a pescar. Y la hora. Cuando le preguntaban sobre la próxima salida, el padre respondía que todo dependía de la Luna y el tiempo. Manuel y David no entendían que el padre tuviese esa obsesión. ¿Qué tendría que ver una Luna llena o en cuarto menguante? Lo mismo con los vientos o la humedad. A ellos les hacía gracia ver a su padre concentradísimo, tomando notas delante de los partes meteorológicos y los calendarios lunares, pero respetaban sus peculiaridades. Parecía como un puzle donde todas las piezas tenían que encajar hasta formar el momento perfecto para ir a pescar.

Cuando a la Luna se la ve como a un círculo plateado, Luna llena, o no se la ve nada, Luna nueva, se dice que hay marea viva y los peces están muy activos. Al contrario, si la Luna se parece más a un plátano, está creciendo o menguando, se llaman mareas muertas y los peces tienden a estar más quietecitos.

Una noche, el padre, enigmático antes de darles el beso de buenas noches, les dijo:

—Ya es hora de que conozcáis un dicho. Un dicho que mi padre me contó y que se pasa de generación en generación como una fórmula secreta para nuestra familia: «Como en una poción mágica, cada ingrediente deberás observar y así muchos peces podrás atrapar; a un cuarto de Luna, bajando la mar, soplando bajito el viento se va. Las aguas profundas a la costa vendrán, como un imán la Luna será».
—¡Qué raro! Parece un acertijo —expresó David curioso.
—¿Qué quiere decir? —preguntó enseguida Manuel.
—Así como en magia hay un truco que se desvela, yo también os descifraré estas palabras. —respondió sonriente el padre—. No del todo rigurosa, sin embargo, es una buena fórmula para no olvidar y tener en cuenta ciertas condiciones básicas para salir a pescar por esta zona y regresar con algunos peces. Por ejemplo, vosotros habéis visto que a veces el mar en la costa está un poquito más arriba o un poquito más abajo. Estas son las mareas, cambios en el nivel del agua que se dan por la atracción del Sol y la Luna. Sobre todo, por la atracción de la Luna, porque está más cerca de nosotros. Este vaivén del agua afecta a los peces. Cómo se comportan. En general, el mar sube dos veces y baja dos veces en el mismo día. Se conocen con el nombre de pleamar y bajamar. Y las profundidades a las que se encuentran los peces cambia según este ir y venir del agua.
Pero la Luna no solo cambia su posición a lo largo de las veinticuatro horas del día, sino que también lo hace durante casi un mes. Y es ahí cuando a veces la vemos entera, bien redondita, o no la vemos o vemos cómo va apareciendo o desapareciendo en el cielo. Estas fases influyen en las mareas y si los peces se mueven más o no. Cuando a la Luna se la ve como a un círculo plateado, Luna llena, o no se la ve nada, Luna nueva, se dice que hay marea viva y los peces están muy activos. Al contrario, si la Luna se parece más a un plátano, está creciendo o menguando, se llaman mareas muertas y los peces tienden a estar más quietecitos.
—Por eso es importante conocer las posiciones de la Luna, para reconocer las mareas y saber cuándo los peces están más cerca o no de la costa y si tienen ganas de comer —añadió Manuel pensativo.
—Claro, pero no es tan simple —señaló el padre—. Hay tantos parámetros que a veces ni yo lo entiendo. Por ejemplo, las características de cada costa también influyen en las mareas, sus irregularidades y sus profundidades. Por no hablar de las corrientes marinas, el viento, el oleaje, la lluvia, la presión del aire o la temperatura del agua.
—¿Ese dicho familiar quiere decir entonces que cuando vamos a pescar a la costa es mejor si es en bajamar y hay poco viento y pocas olas? —preguntó David entusiasmado.
— Sí, casi. En realidad, el mejor momento para pescar es un día en el que el mar esté calmo, y por esta zona un par de horas antes de la bajamar. También cuando la Luna no esté en cuarto menguante o creciente. Es preferible que vayamos en los dos días siguientes a las mareas vivas, es decir, justo después de la Luna llena o Luna nueva.
—Pero si sabes todo esto cuando vamos a pescar ¿por qué a veces no pescamos nada y otras cada cinco minutos atrapamos pescados? —siguió indagando David.
—Porque os voy a decir otro secreto: vamos cuando puedo, aunque sepa que no será buen momento. Y sobre todas las cosas, porque hay un parámetro importantísimo en la pesca que no podemos controlar: el azar.
—Y si no pescamos nada —dijo Manuel mirando cómplice a David.
—¡Pescaremos la Luna, papá! —alegré pronunció David.

 

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