Émilie de Châtelet y el Siglo de las Luces

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Gabrielle-Émilie Le Tonnelier de Breteuil (1706-1749), hija del barón que tenía la función de introductor de embajadores en la corte del rey Luis XIV, contó de inicio con una ventaja que muchas personas no habían tenido nunca ni en el ámbito científico ni en otros aspectos de la vida en general. 

TEXTO POR ROSA MARÍA HERRERA
ILUSTRADO POR ANDREA CALVO
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
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19 de Julio de 2021

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Durante el siglo XVIII, en Europa, la ciencia tenía prestigio y se ejercía, se discutía, se enseñaba y se disfrutaba en numerosos ambientes sociales, conociéndose este periodo como Siglo de la Luces. En los salones parisinos, la cultura científica estaba presente y constituía un claro ejemplo de esta tendencia de buen gusto. Las personas cultas, y casi siempre elegantes, se interesaban principalmente por la historia natural, la física, las matemáticas y otras ramas eran motivo de estudio entusiasmado. En la actualidad, cualquiera que busque información al respecto encontrará, por ejemplo, gran cantidad de material botánico de valor precioso.

Además, estaba de moda en la élite hacer partícipes a las damas de modo galante, es decir más como espectadoras que como participantes activas. Por ejemplo, Bernard le Bovier de Fontenelle fue escritor de corte que destacó como divulgador científico en sus Entretiens sur la pluralité des mondes, donde conversaba en su jardín con una dama a la que introducía en la cosmología.

Otro ejemplo importante del estilo cultural elegante y de buen nivel científico fue el escritor italiano Francesco Algarotti, que en el año 1737 publicó Il newtonianismo per le donne, trabajo que se hizo muy popular por fomentar la divulgación refinada en jardines de buen tono. Ahora nos parece extraño, pero conviene situarse en la mentalidad y en la época, para ver que esto, en realidad, suponía un avance.

En España, se realizaron estudios de matemáticas y de astronomía dirigidos a los intereses prácticos en las artes indispensables de la náutica, los viajes marinos y la construcción de navíos. La cosmografía, en la cual los artesanos y los eruditos estaban unidos y bien ensamblados, también estuvieron presentes; y, además, en las coronas ibéricas se habían desarrollado fuertes y complejas estructuras administrativas en los siglos precedentes. Asimismo, se desarrolló la agricultura y la historia natural y se hicieron importantes avances en estudios sobre las plantas, su estructura interna, sus ciclos vitales y su utilidad para los humanos.

El entorno de Émilie 

Gabrielle-Émilie Le Tonnelier de Breteuil (1706-1749), hija del barón que tenía la función de introductor de embajadores en la corte del rey Luis XIV, contó de inicio con una ventaja que muchas personas no habían tenido nunca ni en el ámbito científico ni en otros aspectos de la vida en general.

Por la cuna, su punto de partida era favorable para actividades elegantes y de buen gusto, entretenimientos para todos. Émilie, sin embargo, tenía una personalidad firme y estudiosa que afortunadamente se vio reforzada por el ambiente familiar culto que resultó determinante para su buena formación y reforzó su espíritu interesado por el conocimiento que, como siempre sucede, se asoció y se sirvió de su talento y tuvo ciertas posibilidades que otras damas ni se atrevían a soñar. Lo cual no significa que estuviese en condiciones de paridad con sus iguales varones. A los 19 años contrajo matrimonio con el marqués de Chastellet (o Châtelet) y tuvo tres hijos de los que vivieron dos (recordamos que la muerte en la primera infancia fue frecuente hasta bien entrado el siglo XX). Esta unión la afianzó en la nobleza parisina (pasó a ser marquesa) y su carácter se vio favorecido para fortalecer su estudios y cultura científica.

La alegría de vivir y de saber en el Siglo de las Luces 

Por este ambiente culto y respetuoso con la ciencia que la envolvió tuvo acceso a los mejores y más avanzados profesores de su tiempo, y adquirió cierto estilo cartesiano de pensamiento (reflexionó con profusión sobre las ideas de Descartes, quien influyó de modo determinante en su método de trabajo y de pensamiento —prefería el método deductivo al inductivo—).

A los veintisiete años volvió a la corte de Versalles, donde le resultaba más fácil relacionarse con el mundo estudioso que le interesaba y disfrutar de la música y las artes.

Estudió con Maupertius, que alcanzó su mayor fama internacional gracias a su expedición al polo Norte para determinar la forma de la Tierra. Otros contactos importantes fueron el profesor Clairaut, quien le ayudó a formarse en astronomía y en geometría, o los seguidores de Leibniz con quiénes estudió y que tanto influyeron también en su pensamiento acerca de conceptos potentes en física como el de energía (vis viva).

Su aportación y estudios con los mejores de su tiempo

Émilie de Châtelet mantuvo correspondencia e intercambios culturales con científicos de renombre, escribió ensayos de carácter científico y fue precursora del feminismo en un sentido amplio, también reivindicativo.

En su obra aparecida en 1740, Las instituciones de la física se ocupó de la divulgación de ideas del cálculo tanto diferencial como integral.

Su notable intuición científica la hizo lanzarse a la tarea minuciosa de traducir al francés el original latino de los Principia newtonianos, además de realizar otros escritos de interés  científico de cuño propio.

Necesitó firmeza y coraje, pues conviene tener presente que los Principia de Newton (1643-1727), aunque quizá sorprenda en la actualidad, no fueron bien recibidos inicialmente por los científicos de la Europa continental, a quienes les costaba aceptar la sorprendente, y en cierto grado misteriosa, «acción a distancia» de la ley de la gravitación universal.

El empeño era difícil, un reto para el que estaba muy bien preparada, dado que los conocimientos de latín y geometría constituyeron una parte importante de su formación. El latín fue el idioma oficial de la ciencia en los siglos XVII y XVIII, y esa fue la lengua en la que Newton escribió los Principia.

El apoyo intelectual y personal de Voltaire

En 1734, Voltaire fue acogido en una de las propiedades del marqués de Châtelet, de difícil acceso por su ubicación y entorno montañoso, situado cerca de Lorena. En realidad, Voltaire estaba huyendo de la corte y este refugio era una buena opción.

Un año después, Émilie se fue a vivir con él, pues sus intereses comunes les convirtieron en pareja con una sólida relación de apoyo mutuo, en la cual las discusiones de buen nivel intelectual que tanto la interesaban les sirvió también para la formación de su magnífica biblioteca.

En agosto de 1749, a la edad de cuarenta y dos años, la marquesa dio a luz una niña. Tras el nacimiento de su hija, Émilie sufrió un fuerte acceso de fiebre y murió el 10 de septiembre: acababa de terminar la traducción de los Principia.

Esta versión francesa de la obra fue publicada póstumamente en 1759 y durante mucho tiempo fue la única traducción que hubo. Hasta el día de hoy, se suele utilizar como base de consulta para las traducciones utilizadas en Francia y en otros lugares francófonos y ha servido de fuente para contrastar en bastantes versiones en otros idiomas. Específicamente, sirvió de fuente de inspiración y manual de consulta para los matemáticos y los físicos franceses de la segunda mitad del siglo XVIII.

La edición original de Émilie estuvo precedida de un preámbulo que le escribió su compañero, el ya señalado filósofo Voltaire, en la que este presentaba el trabajo halagando su talento y valentía por contraposición con los varones estudiosos expertos de su momento, que no se atrevieron a traducir a Newton por no enfrentarse con las controversias sociales y que Émilie, quizá acostumbrada a las dificultades, sí asumió. Suena lejano y extraño, pero no lo es tanto, lamentablemente…

 Otros textos científicos

Además, Émilie de Châtelet contribuyó con sus propios trabajos al desarrollo de la mentalidad científica de su tiempo y escribió numerosos artículos sobre energía cinética y otros conceptos en construcción y discusión de alto contenido conceptual y de nivel de definición relacionados con las matemáticas, la mecánica y la física. De ellos ha quedado documentación escrita que se puede consultar en la biblioteca nacional francesa.

Un concurso de salto de obstáculos

La participación general de las mujeres en los debates científicos no estaba bien vista por las bravas. Las señoras podían ser espectadoras interesadas pasivas, aunque no solían participar activamente, discutir o aportar ideas.

Por ejemplo, las reuniones de la Académie de Sciences en París fueron el centro de discusiones sobre temas de investigación, pero, como en toda Europa, las academias no estaban abiertas a la otra mitad de la población —las mujeres, por si a alguien no le había quedad claro—, aunque una pocas lograron adentrarse en el mundo estudioso.

Otros lugares públicos donde se celebraban discusiones intelectuales fueron los cafés de París, pero tampoco estaba bien visto la presencia de féminas y, de hecho, no se les permitía la entrada. En 1734, Émilie se empeñó en la tarea de conseguir vía libre en el Café Gradot para intercambiar ideas matemáticas con Maupertuis. Intentó reiteradamente encontrarse con el matemático que fue su profesor, y aunque no siempre tuvo éxito, nunca cesó en su empeño.

El Café de París también alcanzó fama como lugar de encuentro y, de hecho, llegó a ser el más prestigioso de todos, constituyéndose como centro de encuentro de los mejores matemáticos, astrónomos, físicos y científicos en general. Este fue el lugar, casi siempre elegido por Maupertuis y otros matemáticos, para pasar muchas horas discutiendo ideas de los diversos campos científicos de su interés. Aunque no siempre lo consiguió, Émilie nunca dejó de intentar participar en estas discusiones.

Apostilla: «El principio de mínima acción y la simetría: la ciencia incumbe a las damas»

Por otra parte, hay que recordar, subrayándolo, que en el siglo XX se confabularon o confluyeron bien dos principios importantes en física en los que hay implicados dos grandes damas de la ciencia: el de «simetría», que se debe al trabajo de Emmy Noether; y el de «mínima acción», que atañe de modo indirecto o colateral a la señora de Châtelet.

El primero está relacionado con la relatividad, y el principio de mínima acción (que entusiasmaba a Feynman en el siglo XX) contó con varios progenitores, entre los que cabe destacar a Maupertius y a Émilie. Ella supo estar donde le interesaba intelectualmente e hizo de su vida un continuo devenir de actividades estudiosas, sirviéndose de su talento y de su posición, que le daba cierta libertad para aprender y disfrutar del pensamiento.

 

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