Plutón ya no existe

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Relato finalista del certamen «Ciéncia-me un cuento» 2021. Organizado por SRUK/CERUK (Society of Spanish Researchers in the United Kingdom).

TEXTO POR JUAN JOSÉ DÍAZ CARPINTERO
ILUSTRADO POR MUNDANITA
ARTÍCULOS | KIDS
ASTRONOMÍA | PLUTÓN
18 de Noviembre de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

«Plutón ya no existe. Mejor dicho, existió como el noveno planeta del sistema solar, pero ya no, ahora es uno de esos planetas enanos situados mas allá de Neptuno —dice el maestro mientras nos muestra las ocho preciosas esferas multicolores, grandes y pequeñas, rodeando la gran bola amarilla que es nuestro Sol—. Así que mejor para vosotros, ya solo tenéis que memorizar el nombre de ocho planetas».

Se nos queda mirando unos instantes en silencio, como esperando alguna pregunta por nuestra parte. Un ¿por qué?, ¿qué ha pasado con él? Pero las preguntas no llegan, se encoge de hombros, se gira y posa su mirada sobre la pantalla, coloca el dedo donde se supone está (o debería) Plutón, y golpea dos veces con su índice el lugar para remarcarlo.

Desde mi pupitre miro el lugar señalado por el maestro y me parece que está lejos, muy lejos del Sol. Tan lejos como yo en ese momento lo estoy de mi maestro y de mis compañeros, sentada al fondo, junto a la pared. Tan lejos de todos como lo estoy siempre que siento esta vergüenza que me paraliza, que me impide preguntar algo en clase o hablar con los demás. Y comprendo la lejanía y la soledad de Plutón, observando desde la oscuridad al enorme Sol iluminando a los demás planetas. «Los que sí son planetas de verdad», me digo. Comprendo su soledad viendo a los demás delante de él girar alrededor del Sol, trazando sus curvadas órbitas una y otra vez desde miles de millones de años atrás.

Entonces pienso que no es justo que lo aíslen por ser tan pequeño. Quiero preguntar los motivos, pero, como siempre, no me sale la voz, mi timidez ahoga las palabras. Quisiera levantar la mano y preguntar en voz alta por qué. No es justo, si sigue estando en el mismo lugar ¿por qué ya no es un planeta?, pero me quedo helada como el pequeño Plutón debe de estarlo estando tan lejos del Sol, donde no llega su calor; y las palabras se congelan dentro de mí.

En lugar de eso, me callo, pero me guardo esa curiosidad y al sonar el timbre me la llevo a casa junto a la mochila y los deberes.

Lo primero que hago al llegar, antes de lavarme ni tan siquiera las manos, es dirigirme a la estantería y coger el pequeño planetario de juguete que me regaló mi madre cuando era pequeña. Y ahí está Plutón, en la última órbita, el último de los círculos, pequeñito y junto a los demás. Y quiero decirle a mi madre que ya no vale, que lo tire, que ese planetario está anticuado. Pero no lo hago porque sé que a mi madre le gusta mucho tal y como está, con sus nueve planetas. Guardo silencio y lo vuelvo a colocar en la estantería.

Después de comer, una vez en el dormitorio, enciendo el ordenador y tecleo en el buscador «Plutón». La pantalla se inunda de información y voy observando los enlaces uno tras otro hasta que elijo uno que me parece adecuado y fiable. Pincho sobre él y me dedico a leer... Leo el largo artículo y veo fotos, muchas fotos. Lo primero que me maravilla es que las fotos son reales, con un nivel de detalle fantástico, y Plutón me parece precioso, no es una fea bola sombría ahí arriba perdida en la oscuridad, agujereada por los cráteres. Sobre su superficie puedo observar distintos colores, montañas, grietas y hielo... Tonos de marrón, gris y blanco. Y junto a él, sus cinco lunas con Caronte a la cabeza, bailando sin parar.

Las fotos las ha hecho un aparato (llamado New Horizons) fabricado y enviado al espacio por el ser humano varios años atrás, ya que nunca antes se había podido observar Plutón dada su lejanía. El científico encargado de la misión aparece también en una de las fotos. Se le ve feliz, radiante, su cara lo dice todo. Explica que lleva toda su vida estudiando al pequeño Plutón y a todos los cuerpos celestes que se encuentran cerca de él, y que no puede describir con palabras lo que le supone llegar hasta ese pequeño planeta, verlo, analizar la materia de la que está compuesto y los gases que componen su atmósfera. Y yo, al leerlo, me digo que toda la vida son muchos años y que ese hombre los ha dedicado a Plutón, un pequeño planeta que ahora dicen ya no es un planeta, y pienso que debe de amarlo mucho. Solo a las cosas que se quieren mucho nunca se las olvida.

En otro artículo hablan sobre la expulsión de Plutón de la categoría de planeta, y cada vez que lo pienso no puedo dejar de recordar cuando no me dejaban jugar con las demás niñas porque me decían que era una empollona... Por lo visto no es solo por su pequeño tamaño (menor que el de la Luna), sino que la culpa la tiene el hecho de que su órbita la comparta en un momento determinado con la del enorme y gaseoso planeta Neptuno. Y eso, dicen, es inaceptable para un planeta. Un planeta que se digne, tiene que ser dueño y señor de su propia órbita. Pero no es tan sencilla la cosa. Las órbitas de los dos planetas, explican, no están situadas en el mismo plano, es decir, pasan la una muy por encima o por debajo de la otra, como dos aviones que viajan a la misma dirección, pero a distinta altura, uno muy bajo y otro muy alto. Entonces me digo a mí misma, que eso suena a excusa para que mi pequeño Plutón no sea un Planeta con todas las de la ley. Y parece que el científico de la misión de Plutón piensa lo mismo que yo, porque en otro artículo dice estar muy enfadado con esa situación. Que para él Plutón es un Señor Planeta. Es más, es uno de los importantes, uno de esos que nos puede decir muchas cosas, de cómo se formo la Tierra y el sistema solar, y que catalogar a algo por cómo se comportan los demás con él, en vez de por sus propias características, no está bien.

Sigo leyendo y para mi sorpresa descubro que en Plutón yo pesaría menos de cinco kilos, lo suficiente como para no salir disparada al espacio infinito de un salto, pero tan poco que no notaría ni mi propio peso, y me imagino esa sensación de estar dando pequeños saltos bajo un cielo sin prácticamente atmósfera, permitiéndome observar en la casi eterna noche en la que se encuentra Plutón (solo alumbrado con una leve luz casi muerta ya procedente del lejano Sol), todo el universo sobre mí.

Entonces viene a mi memoria el pequeño Principito que tanto leía de pequeña (y aún hoy), y sus visitas a los planetas antes de terminar aterrizando en un desierto en la Tierra. Y me acuerdo del quinto planeta, el habitado por el farolero. El planeta preferido del Principito de todos los que visitó y el único en el que se quedaría a vivir. Un planeta tan pequeño tan pequeño, que solo había sitio para un farol y el farolero que lo encendía y apagaba a cada minuto que pasaba. Y eso al Principito le gustaba porque pareciera que cuando se encendía el farol, una estrella naciera.

Y me digo que Plutón es ese planeta. Que ni a mí ni al científico enamorado de Plutón, nos importa que le llamen planeta o «cuerpo transneptuniano» como le llaman ahora, y que, de todos los planetas, el Principito es donde se quedaría a vivir.

Apago el ordenador, me reclino sobre la silla y tras descansar la espalda unos segundos saco el archivador, lo abro por la ultima hoja, donde esta mañana hicimos el esquema del sistema solar, y añado otro círculo más a los ocho concéntricos de las ocho órbitas de Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Y escribo encima la palabra «Plutón».

Sé que el maestro me lo corregirá, y hasta puede que me llame la atención después de la explicación de la mañana, pero es mi especial homenaje a ese científico que ha dedicado toda su vida a Plutón y a regalarnos las imágenes de ese bello y pequeño planeta. Se lo merece.

Por él, por Plutón y por el Principito.

FIN

 

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