7541 micropipetas

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TEXTO POR ORIOL PAVÓN
ILUSTRADO POR PEDRO DUNCAN
ARTÍCULOS
FISIOLOGÍA | MICRORRELATOS
27 de Enero de 2022

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Las hay rotas. Las hay un pelín demasiado grandes o un pelín demasiado pequeñas. Las hay perfectas. Las hay que reutilizarías mil y una veces si pudieras. Y las hay que se vuelven contra ti y te perforan el dedo pulgar para arrancarte un par de improperios. El arte de obtener la micropipeta perfecta es elusivo incluso para el más curtido de los electrofisiólogos. Y aunque hay quien susurra que antiguamente las fabricaban a mano, la mayoría afirma que esos rumores no son más que parte de los mitos y creencias que componen el folklore de este singular campo de la neurociencia.

Si has entrado en un laboratorio de electrofisiología, quizá hayas tenido la suerte de encontrarte con un extractor o tirador de micropipetas. Los hay que se sirven de la gravedad. Los hay que tiran de electrónica. Los hay temperamentales. Y los hay tan fidedignos que solamente a unos pocos elegidos se les está permitido usarlos sin supervisión. Este venerado artilugio reside normalmente en un rincón estratégico, y aprender su funcionamiento es parte del rito de iniciación de cualquier estudiante de máster o doctorado.

Con el tiempo empiezas a distinguir los sonidos y las peculiaridades que identifican a tu fiel compañero de la misma manera que el crepitar de las rodillas al andar delatan a tu amigo Federico antes de que llegue a tu escritorio. El cambio de color del filamento al calentarse y empezar a fundir el cristal. Los resoplidos de aire a presión que reducen la temperatura de la cámara para que no se sobrecaliente. Los estallidos mecánicos de los diminutos engranajes y poleas que tiran del cilindro de cristal con la fuerza y precisión necesarias para esculpir la punta. El golpe seco que sucede a la separación en dos del cristal y señala la culminación del proceso.

En ese momento sonsacas tu maravillosa micropipeta del tirador y entras con cuidado en la fase malabar. La micropipeta recién tirada bien sujeta entre el pulgar y el índice. El tubo de plástico recién abierto colocado entre el índice y el corazón. Con la mano libre maniobras una pipeta y transfieres una pequeñísima cantidad de líquido del tubo a la micropipeta. Depositas la pipeta en la mesa y devuelves el tubo a su pequeño cráter en el hielo. Llegados aquí te dejas poseer brevemente por la locura y dejando atrás toda precaución procedes a darle un par de golpes a la micropipeta para liberar cualquier burbuja de aire atrapada en la punta.

Finalmente, colocas la micropipeta en el cabezal del preamplificador y te aseguras de que el hilo de plata que actúa como electrodo quede sumergido en ella. Y entonces sí, te lanzas a empezar tu experimento. No importa cuántas veces hayas repetido el proceso. No importa cuántas micropipetas rotas lleves a tus espaldas. El momento en que la pequeñísima punta de cristal toca la membrana de la neurona elegida sigue siendo mágico. Y es que, si todo sale bien, te conviertes en la única persona del mundo capaz de escuchar lo que esa neurona tiene que decir.

 

 

Este relato nace a consecuencia del concurso propuesto como tarea en la clase «Narrativa científica» (impartida por Enrique Royuela) a los alumnos de la III edición del curso ‘La divulgación científica: un relato transmedia’, organizado por la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (UCC+i) de la Universidad de Murcia (UMU).

 

 

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