Regreso al hogar

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Escribo en mi cuaderno: «Según la RAE, el prefijo eco-, presente en términos como ecología o ecosistema, deriva del griego oiko- que significa casa o morada».

TEXTO POR BLANCA SALGADO FUENTES
ILUSTRADO POR MANUEL CARNERERO
ARTÍCULOS
ECOLOGÍA | MEDIOAMBIENTE | MIYAZAKI
1 de Febrero de 2024

Tiempo medio de lectura (minutos)

Hogar. Allí se supone que me dirijo en este solitario tren que tiembla sobre los raíles: venas metálicas que abultan en la piel del terreno. Al menos eso dicen el billete y el permiso de viaje que llevo conmigo. Voy sola en el vagón lo que, como antes mientras surcaba las calles desiertas, me da la sensación de encontrarme rodeada de fantasmas. Quizás —pienso— esas almas errantes solo sean las volátiles sombras de nuestros anhelos de compañía.

Volviendo del trabajo hace un par de días, me detuve frente a una de las grandes pantallas que hay en la estación donde acostumbro a coger el metro, atraída por el canto de sirena que desprende cualquier aglomeración de gente y la inquietud colectiva. Algo pasaba. Entonces, me topé con una imagen magnificada del presidente del Gobierno pronunciando las palabras: «Estado de Alarma»; las primeras voluminosas gotas que caen antes de la anunciada tormenta y estallan sobre las cabezas de los transeúntes a quienes no ha dado tiempo aún de cubrirse con el paraguas. Quedamos sumidos en un enorme desconcierto, hasta que la pantalla se apagó y nos dispersamos como las obedientes obreras de un hormiguero. Esa emoción quedó impresa en mi retina hasta hoy, como compruebo al observar mi reflejo en la ventana. En el cristal, diversas imágenes se superponen creando una visión onírica del entrelazamiento del paisaje exterior y el desolado interior del vagón. Así, el escenario al que doy la espalda estorba la contemplación de un hermoso atardecer en el que la perfecta esfera solar juega a esconderse tras las montañas. Aquel parpadeo del cielo me hipnotiza e induce una profunda somnolencia. Trato de buscar la posición más cómoda para dejarme vencer por el sueño. Lo único que recuerdo antes de que se hiciera la oscuridad, es la imagen de una niña de unos siete años alejándose de mí por el pasillo enmoquetado. Llevaba un vestido blanco que contrastaba con su tez morena, y sobre los hombros le caía el cabello liso y castaño, surcado por algunas vetas del color de los rayos de sol…

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando me despierto arrastrada por el sutil canto de una guitarra. Miro a mi alrededor, compruebo que el vagón sigue vacío y que el tren se ha detenido. Trato de buscar una explicación, pero no la encuentro. Pienso también que hace tiempo que no pasa nadie de la tripulación. Me decido entonces a investigar. Las puertas están abiertas, hemos llegado a una estación sin nombre. Parece abandonada, aunque puede que quien está perdida sea yo, que sigo sin dar con nadie que pueda decirme dónde estamos o qué está ocurriendo. Salgo al andén. El sonido de la guitarra se hace más evidente y me parece intuir también el acompañamiento de unas palmas, llenando aquella soledad de aires sureños. Percibo el olor a sal en la brisa que me anuncia la proximidad del mar. De repente, atisbo movimiento entre las ruinas de la estación. Es la niña que pasó a mi lado antes de que sucumbiera al sueño, pero no está sola. La acompaña un animal de pelaje rubicundo… no es un perro… es… ¿un zorro? Empiezo a sospechar que sigo soñando.

Me asusta la visión del tren detenido, que recuerda a una columna vertebral tendida sobre los restos de un yacimiento milenario. Empatizo entonces con los viajeros del espacio que protagonizan los relatos de ciencia ficción y que, tras despertarse de un prolongado sueño, descubren que todo ha cambiado. Náufragos del tiempo… Tanto me inquieta la escena que opto por seguir a la niña y a su guardián, que parecen dirigirse hacia el mar. Abandonamos la vieja estación y comenzamos nuestra travesía por el paisaje desértico, arando la tierra con nuestras alargadas sombras en el atardecer. Sigo escuchando la guitarra, que ahora acompaña a las agudas conversaciones de las gaviotas y la espumosa oración marina, de la que solo nos separa un espeso telón de juncos.  

Cuando llego a la orilla, descubro que he perdido de vista a mis guías y que la noche sin luna se cierne sobre mí. En la playa encuentro una hoguera, la única lumbre aparte de las estrellas. Me cuesta asimilar la belleza de ese tapiz de luciérnagas pues, en la ciudad, hace tiempo que las estrellas dejaron de estar en el cielo, una realidad que me llena de nostalgia. La melodía que escucho desde que desperté sigue insistiendo, cada vez más poblada de voces. Entonces, las sombras que proyectan las llamas sobre las dunas adoptan orgánicas formas. Observo aquella danza colectiva en torno al fuego. Me atrapa. Me convierto en una de esas siluetas que bailan, iluminadas por las llamas y amparadas por las estrellas. Pese a saberme en un sueño, tomo una inusual consciencia de mi cuerpo. Las cadenas se rompen y el nudo en la garganta se deshace. La angustia ha desaparecido y, de algún modo, comprendo que he llegado a casa…

 

Notas finales

«(…) No me fue posible negar el hecho de que había otro yo —un yo que anhelaba desesperadamente afirmar el mundo en lugar de negarlo». Hayao Miyazaki.

Este cuento es un homenaje al cine de Hayao Miyazaki (1941), quien supo sugerir y reivindicar a través de su producción audiovisual temas como la importancia de la infancia, el papel de las mujeres o el cuidado del medioambiente, sin dejar de hacer sutiles referencias a la cultura y la tradición japonesas. A través de hermosos escenarios, tramas y personajes complejos, su obra de animación trasciende cualquier tipo de frontera, geográfica y generacional, despertando los sentidos y las conciencias. Por medio de relatos en los que no hay ni buenos ni malos y haciendo uso de un lenguaje universal, Miyazaki despierta el niño que llevamos dentro. Finalmente, con películas como la Princesa Mononoke o el Viaje de Chihiro, inauguró un nuevo subgénero: el ambientalismo mágico, que, si bien es heredero de los desastres y el miedo tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, no deja de ser una original propuesta capaz de agitar nuestro subconsciente y advertirnos del riesgo de perder nuestro hogar (nuestro oikos) si no aprendemos a convivir y respetar la naturaleza que nos acoge desde tiempos ancestrales.

Bibliografía

—Míguez Santa Cruz, 2014. Lo que Miyazaki nos quiso decir. Ecologismo y hermenéutica detrás de Mononoke Hime. Fotocinema. Revista científica de cine y fotografía, 9. 
—Montero Plata. 2012. El mundo invisible de Hayao Miyazaki. Dolmen

Misterio, terror y ciencia en la novena temporada de Principia Magazine y Principia Kids

 

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