La luna recuerda

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Las nubes dividen el cielo en luces y sombras sobre el pequeño pueblo de Bramley, en Inglaterra, impidiendo a la luna iluminar completamente el terreno. Las manchas de luz se deslizan lentamente sobre el césped del cementerio, como fragmentos de hielo por la superficie del mar. En silencio.

TEXTO POR MIGUEL JIMÉNEZ GUARDADO
ILUSTRADO POR ROCÍO IRIARTE
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
FISIÓN NUCLEAR | LISE MEITNER | MUJERES DE CIENCIA
24 de Junio de 2021

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Entre las sombras, una lápida se alza, pero la oscuridad impide distinguir el texto que alberga.  Sin embargo, la luna…

La luna recuerda.

Durante un breve instante, un rayo de luz ilumina un nombre en la piedra. Venus, sobre el horizonte, titila a modo de confirmación, porque también conoce el nombre. Es el mismo que el de dos cráteres en sus respectivas superficies. El mismo que un asteroide lleva en su viaje entre las estrellas. El nombre de Lise Meitner.

Un viento procedente del este arrastra las hojas secas del suelo y trae consigo recuerdos. Recuerdos de una vida marcada por la división. La división entre hombres y mujeres que dificultó su educación. La división entre personas e ideas que la obligó a abandonar su hogar y la lastró en su trabajo. La división entre dos amigos que vivieron vidas paralelas hasta que las circunstancias se interpusieron. Y la más pequeña, pero también la más importante, que sirve como nexo entre los hilos de esta historia: la división del núcleo atómico.

Los rayos de luz se entrelazan, dando forma a los recuerdos. En la oscura soledad de un sótano de Berlín, una joven científica se afana en su trabajo. Su mirada, fija en el papel donde anota los resultados que le ofrecen diversos aparatos de medición, parece cansada. Sale del trance durante un momento para mirar su reloj. Es tarde. Reúne los papeles y los deposita en un lado de la mesa; su gesto es indescifrable, pero da la impresión de que su labor sería más llevadera si la dejaran acceder a un verdadero laboratorio.

Una melodía se aproxima desde el exterior. Cuando está a punto de alcanzar la puerta, esta se abre, revelando a un hombre con una sonrisa bajo el bigote y una bolsa en la mano. Lise sonríe de vuelta y, entonando la segunda voz de la melodía que el joven tarareaba, acepta el bocadillo que le ofrece. Salen juntos del edificio y, tras despedirse, cada uno marcha hacia su casa. Lise suspira. Puede que las circunstancias de su trabajo no sean las mejores, pero al menos sabe que en su compañero de investigación puede encontrar un amigo.

El recuerdo se desvanece, y la luz de la luna forma un nuevo escenario. El mundo es un poco más oscuro: acaba de terminar una guerra. La Gran Guerra. A su vuelta de trabajar en un hospital cerca del frente ruso, Lise se encuentra en una situación nueva que contrasta con la crisis de su alrededor. Han pasado años desde que era la chica en el sótano y sus logros por fin ven algo de reconocimiento: ahora dirige el Departamento de Física de su centro, al mismo nivel que su amigo, a cargo del de Radioquímica. Ya no trabajan juntos, pero su amistad perdura, y el futuro parece brillante para la protagonista de nuestra historia.

No por mucho tiempo, desgraciadamente. Un nuevo recuerdo se forma e inunda el Berlín de 1933 de rojo, blanco y negro. Un nuevo poder se impone, y una nueva amenaza se cierne sobre el mundo. Y Lise, marcada de nacimiento como víctima de este nuevo poder, y a pesar de años de trabajo como pionera en física nuclear, se ve obligada a escapar. Sin embargo, su amigo, con el que había estado colaborando de nuevo, permanece en Alemania.

Otro escenario aparece. En un bosque cubierto por un manto de nieve, con la luz del atardecer filtrándose entre las ramas, dos personas sentadas en un árbol caído escriben apresuradamente sobre un papel. Están calculando. En su última carta, el amigo que Lise dejó en Berlín había mostrado perplejidad ante los resultados de un experimento de la línea de investigación en la que habían colaborado. Acude a Lise como física nuclear para buscar una explicación.

Entre el vaho de su respiración, una sonrisa triunfante se dibuja en su rostro al mostrarle los cálculos completados a su sobrino, también físico. La prueba de que la inestabilidad de un átomo de uranio puede provocar su división ante una perturbación, dando lugar a dos núcleos más ligeros y una gran cantidad de energía. Acaba de ser descubierta la fisión nuclear.

Los recuerdos cambian a un ritmo más rápido. La publicación de dos artículos separados, uno con el experimento y otro con la explicación. La celebridad únicamente del primero de ellos y la consecuente exclusión de Lise del descubrimiento. El final de la terrible guerra y la dictadura en Alemania. La entrega del premio más distinguido de su campo al amigo que, a pesar de sus méritos, permitió que el nombre de Lise estuviera ausente.

Una terrible oferta. Una solicitud de colaboración en un proyecto que convertiría su descubrimiento en un arma desoladora capaz de exterminar a cientos de miles de personas en un instante.

Y una carta de rechazo: «¡No tendré nada que ver con una bomba!».

La vorágine de recuerdos se disipa. La bruma da lugar, de nuevo, al cementerio de Bramley. Las nubes han desaparecido y el viento está en calma. La luna, satisfecha con su relato, ilumina todo lo que alcanzan los ojos. La oscuridad se ha retirado de la lápida y ahora es posible leer la totalidad de la inscripción que porta.

«Lise Meitner. Una física que nunca perdió su humanidad».

 

Lee la biografía completa de Lise Meitner en «Lise Meitner: la física en búsqueda de la verdad última».
Efemérides:
«Lise Meitner, madre de la fisión nuclear».
«Lise Meitner. Una física que nunca perdió su humanidad».

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