Bienvenidos a Eukarya

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Segundo Premio de la quinta edición de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR PAU SARLÉ I VALLÉS
ILUSTRADO POR MANU GIL
ARTÍCULOS | KIDS
BIOLOGÍA | BIOLOGÍA CELULAR | CIENCIA-ME UN CUENTO V
23 de Enero de 2023

Tiempo medio de lectura (minutos)

Cuando Laura despertó, no sabía dónde estaba. Era un lugar oscuro, pero no tenía miedo porque tenía su gato Krebs entre sus piernas. De repente, vio una luz a lo lejos y empezó a seguirla. La luz cada vez era más clara y Laura vio cómo se estaba acercando a una gran muralla. Antes de llegar, encontró un gran cartel luminoso donde ponía «Bienvenidos a Eukarya». Mientras estaba distraída leyéndolo, Krebs desapareció de su lado. Cuando ella se percató, ya era demasiado tarde. ¡Krebs se había colado por un agujerito de la muralla! Cuando Laura se acercó al sitio por dónde había desaparecido, una voz la sorprendió por detrás.

—¡Buenos días! Soy Actina, una proteína redondita que vive y trabaja dentro de las células. Nunca te había visto por aquí. ¿Cómo te llamas?
—Laura… Me llamo Laura —respondió—. ¿Qué es una célula?
—Las células son las partes más pequeñas de los seres vivos como tú. De hecho, son las piezas que forman todos los órganos del cuerpo.
—¿Esto es una célula? ¿Tú vives aquí dentro?
—Sí. Esta célula dónde yo vivo se llama Eukarya. Y tú, ¿Qué haces aquí?
—Mi gato Krebs se ha escapado. Ha entrado en la célula. ¿Puedes ayudarme a encontrarlo?
—¡Por supuesto! —contestó Actina—. Acompáñame y lo buscaremos por todos los rincones.

Laura siguió a Actina y pasearon durante un buen rato resiguiendo la muralla por fuera. Mientras paseaban, Laura iba contando todas las puertas que veía, aunque no tardó en perder la cuenta. ¡Nunca había visto tantas puertas juntas!

—Como ya has visto, hay una gran muralla que rodea nuestro territorio. A esta muralla le llamamos membrana —le explicó Actina.
—¿Por qué tenéis tantas puertas?
—Por aquí entra y sale todo lo que necesitamos. Pero cada cosa tiene su propia puertecita. Por eso hay tantas y de tantas formas. Por algunas entra el agua, por otras, minerales y por otras, nutrientes como el azúcar.
—¡Mhmmm! ¡Me encanta el azúcar! —exclamó Laura.
—Me lo imaginaba —dijo Actina riendo—. Mira, aquella puerta tiene tu forma, puedes intentar entrar por allí.

Laura se dirigió hacia donde señalaba Actina y atravesó un túnel que parecía hecho para ella. De repente, una magnífica ciudad apareció ante sus ojos. Vio muchos edificios y proteínas de todo tipo: algunas eran más redondas que Actina y otras más alargadas; algunas eran muy pequeñitas y otras, enormes. Laura quedó impresionada.

—¡Ala! ¡Cuántos edificios y cuántas proteínas trabajando! —exclamó Laura.
—En Eukarya, cada proteína tiene su función —explicó Actina—. Yo y otras proteínas de mi tipo, formamos el esqueleto de las células.
—¡Suena muy importante!
—Sí, lo es. —Actina se sonrojó—. Yo suelo trabajar en la calle, que aquí llamamos citosol, pero hay otras proteínas que trabajan dentro de los orgánulos, que son todos estos edificios que ves. En cada edificio se hace una tarea distinta. Para empezar a buscar a Krebs podemos ir al núcleo de nuestra ciudad, donde encontraremos el edificio más importante, la biblioteca. A ver si allí encontramos algo de ayuda.
—¡Perfecto!

La biblioteca era el edificio más céntrico y estaba rodeado por una muralla como la de fuera. No todo el mundo podía entrar, los porteros eran muy exigentes, y sólo dejaban pasar a aquellas proteínas que enseñaban una identificación. Actina enseñó su pase y les llevaron hacía dentro.

En la biblioteca había 46 grandiosas estanterías agrupadas de dos en dos con miles de libros cada una. Allí no encontraron ni rastro de Krebs.

—Aquí guardamos toda la información que tenemos —explicó Actina—. Estos libros, que nosotros llamamos genes, explican cómo podemos crear todas las proteínas que necesita Eukarya. Puedes ojearlos si quieres, pero posiblemente no los entiendas. Nuestro idioma tiene tan sólo 4 letras: A, T, G y C.

—Qué curioso. ¿Me puedo llevar uno?
—Lo siento mucho, pero no. Los libros son tan importantes que no nos dejan sacarlos de aquí, por eso hay tantas proteínas transcribiendo el mensaje en otras hojas que sí se pueden sacar. De hecho, estas hojas se pueden enviar al ribosoma, dónde se construirán las nuevas proteínas.
—¿Al ribo… qué?
—Al ribosoma —dijo riendo Actina—. Ahora que lo pienso, nos vendría bien un poco de ayuda para encontrar a Krebs. Mira, coje esta hoja de aquí y la llevaremos al ribosoma para que nos cree una Quinesina, una proteína que nos llevará rápidamente a cualquier sitio.
—¡De acuerdo! —dijo Laura metiendo la hoja de instrucciones en el bolsillo.

Dicho esto, se marcharon. Cuando llegaron al ribosoma, Laura se quedó de piedra. ¡Era como estar en una fábrica! Vio como el ribosoma construía, pieza a pieza, muchas nuevas proteínas.

—Buenos días, muchachas —dijo el ribosoma—. ¿Qué os trae por aquí?
—Buenos días, ribosoma —empezó Actina—. Estamos buscando el gato de Laura y, como necesitamos ayuda, hemos pensado que nos puedes fabricar una Quinesina.
—¿Un gato? Yo no he visto ninguno. Si me dais la hoja de instrucciones, os crearé la Quinesina en un periquete.
—Aquí tiene, señor ribosoma —dijo Laura entregándole el papel.

El ribosoma ordenó y juntó todas las piezas hasta crear la nueva proteína. Tenía una forma curiosa, muy alargada y con dos pies grandiosos.

—Habéis tenido suerte —dijo el ribosoma—. Muchas veces, las proteínas que produzco necesitan algunas piezas más para funcionar y las tengo que enviar a aquellos dos edificios de allí, el retículo endoplasmático y el aparato de Golgi, para que las terminen.
—¿Retículo endo…plasma…tico y aparato de Google? —intentó repetir Laura.
—No, de Google no. Se llama aparato de Golgi —le corrigió el ribosoma—. Pero no te preocupes, Quinesina ya está lista para trabajar.

Quinesina se incorporó y saludó a sus nuevas compañeras.

—Hola, Quinesina —dijo Actina—. ¿Nos ayudas a buscar el gato de Laura?
—Se llama Krebs —añadió Laura.
—¡Desde luego! ¿Dónde queréis ir? —respondió Quinesina.
—Yo iría primero al lisosoma, que es el desguace de la célula y puede ser un lugar peligroso para un gato —sugirió Actina.
—¡En marcha! —dijeron Quinesina y Laura.

Laura y Actina se montaron sobre Quinesina. Entonces, Quinesina se subió a un largo tubo que cruzaba la célula entera y empezó a correr. Laura pensó que se parecía un poco al metro de su ciudad. Al cabo de poco tiempo ya estaban a su destino. Una vez dentro, preguntaron si alguien sabía dónde estaba Krebs, pero nadie le había visto.

—Suerte que tu gato no ha entrado. El lisosoma es nuestra planta de reciclaje. Trabajan proteínas para hacer pedacitos todo lo que entra. Los materiales que se obtienen aquí se reutilizan para formar nuevas proteínas. ¡Nada se desperdicia! —explicó Actina.
—¡Así se hace! Mi madre siempre me dice que es muy importante reciclar.
—Claro que sí. Me alegra saber que vosotros también lo hacéis. Ahora… tendríamos que salir de aquí que, si no, quizás nos intenten reciclar a nosotras —dijo Actina medio en broma.

Salieron del lisosoma y subieron otra vez a Quinesina, que estaba algo cansada del viaje anterior.

—Me falta un poco de energía —comentó—. ¿Qué os parece si vamos a la mitocondria a llenarme de energía mientras buscáis a Krebs?
—¿Tú te cargas con electricidad cómo los móviles? —le preguntó Laura.
—¡No! Nosotros usamos ATP, algo parecido a tus pilas. Ahora, en la mitocondria, verás cómo se crea —contestó Quinesina.

Llegaron a un edificio alargado. Atravesaron la muralla que lo rodeaba y se encontraron con otra muralla dentro que envolvía todo el interior haciendo zigzag. A lo largo de ésta, había varias proteínas que se iban pasando unas pelotitas muy pequeñas, como si jugaran al baloncesto. De vez en cuando otra pelota más grande atravesaba la muralla interior, quedando en el espacio entre las dos murallas.

—¿A qué juegan estas proteínas? —preguntó Laura.
—En realidad están trabajando —explicó Actina—. Si no hacen bien los pases, las pelotas grandes no pueden atravesar la muralla interna. Cuando consiguen tener muchas pelotas grandes entre las dos murallas, aquél último jugador las coje y las vuelve a meter dentro. Cuantas más pelotas meta el último jugador, más ATP creará.
—¡Qué divertido! ¿Tienen nombre estas pelotitas?
—Sí. La pelotita pequeña se llama electrón y la más grande, protón.

Preguntaron a los jugadores si habían visto a Krebs. Uno de ellos dijo que había visto un gato que se dirigía al gran patio que había dentro de la mitocondria. Al oírlo, Laura se emocionó. Corrió hacía el centro de la mitocondria hasta que lo encontró. Krebs estaba estirado en medio de un círculo de trabajadores.

—¡Krebs, aquí estás! —gritó Laura abrazando fuertemente a su gato.
—¿Krebs? ¿Este gato es tuyo? —preguntó un trabajador.
—¡Sí!
—Qué nombre tan bonito. Lleva todo el día animándonos mientras trabajamos. Ya era uno más de nosotros —dijo riendo y se giró hacia el resto de los trabajadores—. Creo que ya tenemos nombre para nuestro club: El club de Krebs. ¿Qué os parece?

Todos asintieron a la vez.

Laura, Krebs, Actina y Quinesina se sentaron unos minutos para descansar mientras contemplaban el complejo y espectacular trabajo del club de Krebs. Había sido un día muy ajetreado, corriendo por todas partes buscando a Krebs y descubriendo la maravillosa ciudad de Eukarya.

—Tengo un poco de sed —dijo Laura—. ¿Dónde puedo beber algo de agua?
—Podemos ir a la vacuola, el almacén, allí guardamos agua y otros nutrientes para usarlos más tarde —propuso Actina.
—¡Vamos!

Se dirigían al almacén cuando Laura oyó una voz lejana que gritaba “Laura, Laura”. Laura empezó a ver borroso. “Laura, Laura”. Al final, se despertó, levantó la cabeza y vio a su madre sacudiéndole el brazo.

—Buenos días, Laura. Te has quedado dormida.

Laura se levantó lentamente. Ahora empezaba a recordarlo todo. Esa tarde, después del colegio, había ido al laboratorio de su madre. Mientras ella terminaba de hacer algún experimento, había esperado en su oficina cotilleando los libros. ¡Se había quedado dormida encima del libro La célula!

—¡Mamá, no te lo creerás! He tenido un sueño dónde entraba en una célula y una proteína muy maja me explicaba cómo se vive allí.
—¡No me digas! Coje tu mochila y me lo explicas todo de camino a casa.

 

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