Entre la ciencia y la ciencia ficción: bacterias, naves espaciales y apocalipsis

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Cuando las personas corrientes oímos hablar de vida extraterrestre, rápidamente nos asalta la dramática imagen de seres verdes y viscosos de cabeza grande, cuerpo delgado y extremidades oblongas. Sin embargo, la búsqueda de vida extraterrestre inteligente ha ocupado un lugar muy modesto en la historia de la búsqueda científica de vida fuera del planeta Tierra, pues han sido las bacterias y los microorganismos de diverso tipo, seres irrisorios que en nada se parecen a un alienígena, los que han ocupado el centro de dicha búsqueda.

TEXTO POR IVÁN LÓPEZ GARCÍA
ILUSTRADO POR ELENA CHÍA
ARTÍCULOS
ASTROBIOLOGÍA | CIENCIA-FICCIÓN | EXTRATERRESTRES | MICROBIOLOGÍA
22 de Febrero de 2023

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Con la puesta en órbita por parte de la URSS del Sputnik 1 en 1957, el primer satélite artificial de la historia, no solo se abría un nuevo capítulo en la Guerra Fría al iniciarse la carrera espacial, sino que se inauguraba una nueva etapa en la historia de la ciencia y del conocimiento humano con el acceso a una realidad completamente nueva, en la que la experimentación humana encontraría sus mayores retos: el espacio exterior.

Antes de alcanzar este momento, se sabía que la física y la química eran ciencias cuyas leyes regían, además de la Tierra, el Universo y sus realidades, pero ahora se empezaría a soñar con una biología universal y, por tanto, con la posibilidad de que la biología fuera un fenómeno cósmico y no exclusivamente terrestre.

Consciente de este hecho, la NASA es fundada en 1958 y desde su inicio situó a las ciencias de la vida en el centro de sus políticas espaciales. Por delante tenía el reto de fundar un campo científico cuyo objeto de estudio era una mera hipótesis, cuando no una mera esperanza. Es por ello por lo que debía empezar por un desafío realista: debían desentrañarse los secretos del origen de la vida en la Tierra y de las primeras moléculas esenciales para poder conocer hasta qué punto podían haberse originado en nuestros planetas vecinos.

Así, los bioquímicos dedicados al estudio del origen de la vida en la Tierra advirtieron rápidamente que sus investigaciones sobre la química prebiótica podían encontrar en el espacio exterior un escenario fértil de estudios, descubrimientos y, lo que era aún más importante, financiación.

Grandes químicos como Harold C. Urey o Stanley L. Miller, que en 1953 habían realizado un famoso experimento en el que lograron sintetizar aminoácidos simulando las condiciones de una hipotética Tierra primitiva, empezaron a asentar las bases de la biología espacial, que pasaría a conocerse como «exobiología», junto a destacados científicos como el cosmólogo Carl Sagan, el bioquímico Melvin Calvin o el genetista y Premio Nobel de Fisiología o Medicina Joshua Lederberg.

En el contexto de estas investigaciones, empezaba a esbozarse un descubrimiento esperanzador: la materia orgánica necesaria para la vida había sido hallada en meteoritos y material de cometas, es decir, cuerpos del espacio interestelar, lo que significaba que la vida podría haberse originado espontáneamente fuera de nuestros límites terrestres.

Estos hallazgos promovieron el diseño y el desarrollo de instrumentos de detección de vida extraterrestre que se emplearían en futuras misiones espaciales, especialmente en las misiones Apollo y en Viking. Un ejemplo de ello fueron los trabajos de Joshua Lederberg, quien en 1964 empezó a desarrollar, junto al ingeniero Gilbert V. Levin, un instrumento de detección de vida bautizado como «Gulliver», capacitado para detectar el dióxido de carbono producido por la respiración de los microorganismos.

Pero el hecho relevante es que dicho instrumento, y sobre todo su artífice principal, Joshua Lederberg, escondían una extraña conexión con Fort Detrick, el centro de laboratorios de desarrollo de los programas de armas biológicas de los Estados Unidos. Y que, en este sentido, en la búsqueda científica de vida extraterrestre estaban mediando intereses propios de la Guerra Fría.

En efecto, con el inicio de la carrera espacial, Fort Detrick empezó a desarrollar instrumentos de detección de vida extraterrestre con el propósito evidente de encontrar algún tipo de bacteria o microorganismo susceptible de ser usado como arma biológica. Unos instrumentos que presentaban la misma estirpe tecnológica que «Gulliver».

Esto, sin embargo, no tendría por qué ser motivo de sospecha: perfectamente se podrían dar coincidencias en el desarrollo de los instrumentos sin la necesidad de que en último término guardaran un propósito común. Pero lo cierto es que las conexiones no se limitaban a este hecho, sino que Lederberg mantenía una relación muy estrecha, incluso contractual en años anteriores a la carrera espacial, con Fort Detrick.

En este sentido, emprendió una verdadera cruzada por implantar los protocolos de esterilización de Fort Detrick en las naves espaciales, promoviendo la idea de que el mayor enemigo de la detección de vida extraterrestre era la contaminación de los planetas con microorganismos terrestres y, asimismo, la eventual retrocontaminación de la Tierra con algún microorganismo alienígena que expandiera una nueva peste o un apocalipsis extraterrestre. El aspecto significativo es que la esterilización y la descontaminación de las naves espaciales permitía que posibles bacterias interestelares se impregnaran en las cintas de absorción de los vehículos para ser estudiadas y usadas como agentes biológicos una vez regresaran las naves a la Tierra.

Portada de la revista Science Digest de agosto de 1966, dedicada a la “vida extraterrestre”, en la que se anuncia un sugerente test con la pregunta “¿Puedes leer las señales del espacio exterior?”. Representa perfectamente el caldo cultural e ideológico de estos momentos tan peculiares de la Guerra Fría. Crédito: Archivo Joan Oró, Fundació Joan Oró.
Portada de la revista Science Digest de agosto de 1966, dedicada a la “vida extraterrestre”, en la que se anuncia un sugerente test con la pregunta “¿Puedes leer las señales del espacio exterior?”. Representa perfectamente el caldo cultural e ideológico de estos momentos tan peculiares de la Guerra Fría. Crédito: Archivo Joan Oró, Fundació Joan Oró.

El propio Lederberg reconocía de algún modo este hecho en una de sus cartas personales dirigidas al científico de la NASA Robert Jastrow: «Fort Detrick puede ayudarle mucho en esto [la esterilización y la descontaminación de naves], ¡pero no deje que los periódicos se enteren de que tiene BW [armas biológicas] en los cohetes!».

Al mismo tiempo, películas como The Andromeda Strain, basada en la novela homónima de Michael Crichton, promovían el miedo social a los efectos apocalípticos de los pequeños microorganismos extraterrestres, llevando al público a identificar a uno de los protagonistas, el Dr. Jeremy Stone, con Lederberg. Existiera o no una conexión real entre ellos, y más allá de las dotes de actor de Lederberg, esta película evidenciaba que la ciencia, y en este caso la exobiología, crece y se desarrolla necesariamente en un caldo cultural e ideológico determinado, parecido a las sopas primigenias de Marte en las que crecen esos diminutos y peligrosos microorganismos marcianos. En el caso de que existan, claro.

 

Referencias

Dick, Steven J. (2004). The Living Universe. NASA and the Development of Atrobiology. New York: Random House.

History of Astrobiology https://astrobiology.nasa.gov/about/history-of-astrobiology/

Berland, T. (1962). Unknown Menace: Germs from Outer Space. Popular Mechanics, pp. 124-129. https://archive.org/details/PopularMechanics1962/Popular%20Mechanics-11-1962/page/n217/mode/2up?view=theater

https://vkm.is/intrepidas

 

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