Ingeniería ancestral: la carretera pavimentada de Widan el-Faras

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En el antiguo Egipto, Abasi, un trabajador del agua del Nilo, se sorprende al descubrir cómo se gestionaba el transporte de cargamentos en la zona de extracción. El recorrido de 12 kilómetros entre la cantera de Widan el-Faras y el lago era desafiante debido a la estrechez de la carretera y los tramos cuesta arriba. A través de una obra espléndida de ingeniería civil, hileras de losas dispuestas una junto a otra conformaban el camino, sin ninguna unión entre ellas. Se plantea la posibilidad de que se utilizaran trineos sobre troncos para transportar las piezas de 3.000 kg. La falta de surcos en el pavimento sugiere la realización de constantes labores de mantenimiento. Aunque Abasi encuentra estos hechos inverosímiles, reconoce que la civilización egipcia logró grandes obras como las pirámides y el control del Nilo. El proyecto de la primera carretera pavimentada de la historia es considerado formidable, ya que utilizó los elementos del entorno para abaratar costos y obtener resultados eficaces. Abasi, listo para zarpar por el Nilo, llevará el basalto a Giza para la construcción de palacios y templos, reconociendo que la grandeza de Egipto depende de muchos más aspectos que el faraón.

TEXTO POR LEONARDO D'ANCHIANO
ILUSTRADO POR JAIME GONZÁLEZ
ARTÍCULOS
EGIPTO | EGIPTOLOGÍA | INGENIERÍA
30 de Mayo de 2023

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Año 2500 a.C. Oasis de Faiyum (Egipto).

El apabullante calor del desierto descoloca. Es una realidad muy presente entre la población en tiempos de los faraones. Estremece. Tienen sus propias defensas contra ello, pero no siempre son suficientes. Travesías kilométricas en las que el más mínimo infortunio desnuda tu cerebro haciéndole sentir cosas que no suceden, y también ver cosas que no están en ese mar anaranjado que todo lo inunda. Espejismos. No obstante, a veces, las cosas pasan, y los oasis existen. Durante millones de años, ese manto de arena en constante movimiento se ha estado deslizando sobre orografías caprichosas, resultado de movimientos a escala planetaria. Unas montañas de arena que conviven con depresiones sobre una piedra cuya impermeabilidad ha propiciado la retención del agua que converge hasta ellas periódicamente durante la llegada de Hapi, pero también con formaciones rocosas que sobresalen en medio de la nada más absoluta. Unos enormes afloramientos pétreos de los que cada bocado que los esclavos extraen se convierte en alimento para el ego del faraón a muchos kilómetros de allí.

Durante nuestro actual mes de septiembre el Nilo crece, haciéndose uno con el canal Barh Yusuf que comunica el caudal hacia el lago Moeris, en el oasis de Faiyum. El nivel del agua se eleva lentamente, pero sin pausa, hasta hacer transitable el paso entre Lahum y Hawara, permitiendo a todo el entorno del oasis cubrirse de agua y vegetación. La naturaleza crea un contraste espectacular. Los pobladores de la zona reciben el momento con una hilarante mezcla de gozo e incertidumbre. La razón de sus dudas no es otra que, para que todo vaya bien, el río no puede subir poco… ni puede hacerlo demasiado. Puro azar. Un juego de los dioses que aquellos que recuerdan una inundación escasa o excesiva se esmeran en contar a las generaciones siguientes, para que sepan a qué consecuencias atenerse. Y es que un año de sequía podría terminar con el paso Lahum-Hawara seco, o tapado con arena por la acción del viento, provocando la evaporación del lago en unos diez años. Si eso ocurriese, sería necesario un año de excesiva inundación para reabrir el canal, y otros diez años para que el lago restablezca sus 20 metros de profundidad. Toda una vida en aquella época.

A Abasi le encanta la llegada de Hapi. Salió de Giza con los primeros rayos de sol de ayer y ahora, que el día apura su dorada hegemonía en el horizonte, accede al lago cuando la lámina de agua se hace uno entre él y el Nilo. Es una de las vistas que más le gusta de su época de trabajo durante la inundación: el camino río arriba hasta Faiyum. Las embarcaciones como la suya tienen la tremenda suerte de poder aprovechar con sus velas los predominantes vientos del norte. Apenas escucha algo de alboroto cuando echa el ancla en la pequeña bahía desde la que mañana le cargarán la embarcación. Una vez realizada la liturgia de amarre, el cansancio le pide descanso. Sobre todo, ese dolor sordo en su hombro izquierdo, aquella maniobra brusca que se vio obligado a hacer hace un par de meses le está pasando factura. “Al menos no soy zurdo”, piensa resignado. Antes de tumbarse a dormir, se descuelga el zurrón y pica algo de pan de lo que su esposa le preparó para el viaje. Mañana será otro día.

La luz de la luna da lustre a esa elegante y fría roca oscura junto al lago, a pesar de que la finísima arena del desierto se deposita sobre ellos, como queriendo esconderlos. Ese tipo de mineral está causando sensación en las edificaciones que los diferentes faraones llevan a cabo. Un material cada vez más preciado, cuya extracción ha de realizarse a lo grande, como todo en aquel momento. Una enorme explanada al lado del muelle sirve de almacén para los cientos de fragmentos que aguardan dispuestos en hileras. Es basalto. Bloques extraordinarios de forma más o menos regular, la mayoría de ellos con un tamaño medio aproximado de 1 m3 (y que hoy en día sabemos que rondan los 3.000 kg.). Abasi ya sabe que a duras penas podrá ayudar a moverlos cuando los carguen en su barca al día siguiente; si acaso, controlar y dar indicaciones a voz en grito a Aknafher, el capataz, para poder distribuir el peso de la mejor manera posible. También sabe que, una vez ubicados, no podrán moverlos hasta llegar a puerto Nilo abajo. Y si algo ocurre a medio camino, sólo queda implorar clemencia a los dioses para salvar la vida.

Más allá del oasis que encuentra al llegar, a Abasi le gusta navegar observando todas esas formaciones rocosas que van acompañándole desde que sale de Giza hasta que se adentra en el paso Lahum-Hawara. Unas prominencias de color negruzco que sobresalen de entre todos esos tonos entre pardos y anaranjados de las dunas. Son los cúmulos de la cantera de Widan el-Faras, dos afloramientos de basalto que nutren con el preciado mineral a muchas de las edificaciones del imperio 80 kilómetros aguas abajo. El lugar es un complejo establecido como campo de trabajo al que llegan cientos de trabajadores desde algunos de los asentamientos medianamente cercanos. El agobiante calor magnífica aún más la sensación de indefensión de cada uno de ellos. Travesías de unos 65 larguísimos kilómetros, que tardan en cubrir dos jornadas desde el valle del Nilo. La zona está repleta de unas pequeñas edificaciones de forma circular. Están diseminadas por toda el área (unos 6000 m2) y la cantidad sobrepasa las 150 construcciones. El trajín durante las jornadas de trabajo es enorme, aunque hoy ese molesto viento del norte les ha obligado a cesar en las tareas y los trabajadores se resguardan en ellas de esas acometidas de arena que el aire pone en suspensión.

No muy lejos de allí, en el oasis, la situación no varía demasiado. Tan cerca de la orilla, la arena es un verdadero incordio, por lo que Abasi y su grupo deben dejar lo que están haciendo. Son las vicisitudes del desierto. Ni unos ni otros saben cuándo parará, así que no les queda otra que esperar hasta poder reiniciar la actividad. Durante esos ratos muertos, las conversaciones sobre sus diferencias en el día a día suelen ocupar ese espacio. Abasi había llegado a Moeris la tarde antes. El capataz es un tipo nervioso, muy expresivo, de los que dibuja formas en el aire constantemente mientras te cuenta algo. Hablan de esos prominentes macizos rocosos que el barquero ve desde el río cuando viene desde Giza, y su especial curiosidad sobre cómo traen la carga desde la cantera de Widan el-Faras. El capataz le explica cómo hoy tiene a su cargo los trabajos en la zona de almacenaje junto al muelle de los bloques de basalto, señalando las esquinas de un rectángulo casi invisible con su brazo extendido. Esa parte es de unos 300x20 metros. También con pequeños círculos en el aire, más pequeños, le enseña que hace tiempo formó parte de otro grupo de trabajo “ahí arriba, en la cantera”. Allí los bloques negruzcos son enormes, y numerosísimos. La cara de Aknafher habla por sí sola de aquella época. El ritmo de trabajo era inhumano para hacer llegar las piedras a su destino: el lago Moeris.

Abasi sabe de lo suyo, que es el agua del Nilo, pero alguna que otra vez se ha preguntado sobre cómo gestionan todo en la zona de la que extraen su cargamento. El recorrido de 12 kilómetros entre la cantera de Widan el-Faras y el lago se realiza por una angosta carretera, dice el capataz marcando una anchura ficticia con sus brazos extendidos al máximo. Cada pieza de 3.000 kg requiere del esfuerzo de muchísimas personas. Le cuenta cómo la misión es tremendamente complicada debido a la poca anchura de la vía en cuestión, de unos 2m. en promedio, y también a unos cuantos tramos cuesta arriba que los arquitectos habían convenido para evitar bordear pequeñas lomas. Compuesta por hileras de tres o cuatro losas de hasta 50cm de longitud y 15cm de espesor, es una obra espléndida de ingeniería civil. No hay nada que una entre sí los diferentes elementos que componen cada fila, simplemente están dispuestas configurando el camino unas junto a otras. Nuestro protagonista atiende perplejo a los detalles porque jamás hubiese imaginado una solución como esa. Hoy en día sabemos que es poco probable que se transportasen a hombros, y que lo más seguro es que lo hicieran deslizando trineos sobre troncos. De hacerlo directamente sobre el pavimento, el hecho de que no se hayan encontrado surcos en ninguno de los 14 segmentos de carretera que quedan como testigos en pleno desierto sugeriría que en la época habría incesantes labores de mantenimiento a lo largo de todo el recorrido para sustituir las losas estropeadas.

Abasi imagina vagamente cómo era todo eso que le estaba contando. Acostumbrado a la vida en el barco, se le hace complicado hacerse una idea de todos los datos que le está dando Aknafher. No es para menos. Sinceramente, hoy en día nos resultan hechos igual de inverosímiles que lo que le pudieron parecer a él. Si hoy aislamos el concepto, pensaríamos que para los egipcios definir el trazado de un lugar a otro debería estar fuera de su alcance, por los medios y por los conocimientos. Si lo englobamos dentro de la civilización egipcia que fue capaz de superponer millones de bloques gigantescos para formar pirámides de una precisión excelsa, rediseñar el método de fabricación de las columnas de sus templos para tardar menos en hacerlas o controlar el cielo y las subidas del Nilo, no deja de ser una obra más de ingeniería civil. Incluso podríamos catalogarla de poco calado. Sin embargo, la solución de la primera carretera pavimentada en la historia de la humanidad es formidable. El proyecto concentra todos los elementos modernos a los que tan acostumbrados estamos. Servirse del entorno para abaratar costes, para encontrar resultados eficaces. Aquella civilización aglutinada en el cajón de sastre que llamamos “el Antiguo Egipto” comprendió un período de aproximadamente 3.000 años… que sucedieron hace cinco milenios. Podemos poner esas cifras en perspectiva pensando en los menos de 1.000 que se prolongó el Imperio Romano, o los cinco siglos de esplendor griego inmediatamente anterior a ellos. Y tengamos también en mente que las diferentes civilizaciones coetáneas a la egipcia fueron igual de fantásticas.

El día amanece brillante, como casi siempre. La claridad de los primeros rayos de sol ha despertado hace no mucho a Abasi, que se despereza observando el oasis con el molesto reflejo de Ra en el agua. En breve partirá Nilo abajo. Recorrerá el camino de vuelta hasta Giza, donde descargará el basalto para lucir los palacios y templos del imperio, porque la grandeza depende de muchas más cosas que el faraón, gracias a las cuáles Egipto prospera desde hace siglos a orillas del río dador de vida. Hambrunas y épocas de dicha han convivido dibujando las vidas de sus pobladores, que agradecen a los dioses todas esas vicisitudes mientras comparten supersticiones, trabajos, festejos y desgracias. Nada nuevo bajo el disco solar al que le han otorgado el escalafón más alto de su existencia. A buen seguro que Abasi contará entusiasmado a sus amigos del delta todo eso que su ya amigo Aknafher le ha comentado sobre la existencia de un camino en pleno desierto que facilita el transporte de las piedras desde la cantera hasta el oasis de Faiyum.

 

 

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