Hongo salvador

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR MIRYAM DE LOS MILAGROS GALANTE
ILUSTRADO POR NORA POLA
ARTÍCULOS | KIDS
ALEXANDER FLEMING | ANTIBIÓTICOS | PENICILINA
31 de Diciembre de 2020

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Yo estuve ahí. Sí, en ese mismo laboratorio. No era tan pulcro como uno quisiese que fuera el laboratorio de un eminente médico microbiólogo, pero era «nuestro hogar».

Nos conocimos cuando Alexander obtuvo el título de médico, en 1906. Había recibido una distinción, ¡qué alegría! para la familia y los amigos. Desde ese momento, comenzó a trabajar en el hospital St. Mary. Lugar exacto donde nos presentaron, junto al doctor bacteriólogo Almroth Wright. ¿Qué hacía yo allí? Era su asistente. Ellos investigaban sobre las vacunas y la in... in… in… ¡uyy! esa palabra me cuesta decirla, es un poco difícil pronunciarla. La in.. in.. ¡¡Inmunología!!

¡¿Cómo que qué es la inmunología?! La inmunología es… es algo así como… No, espera, voy a consultarlo en un libro para no equivocarme. Tic- tac, tararararaaa… tararaaa… tic tac. ¡Ya está! La inmunología es la rama de la biología que estudia el sistema inmunitario. ¿Y sabes quién es ese? El que defiende al cuerpo contra los ataques interiores y exteriores que pretenden enfermarlo.

Investigando investigando pasaron dos años y otra vez ¡felicitaciones! Alexander concluyó una licenciatura en Ciencias. Mereciendo una de oro. No te puedo explicar lo feliz que nos sentimos todos, el mechero lanzó una llamarada, la lupa agrandó su ojo, los portaobjetos cantaban «tintirin tin, tin, tirin», el mortero con su voz ronca «tocotón, tocotón, tocotón», las pinzas bailaban con las tijeras arriba de la balanza, fue una hermosa fiesta en el laboratorio.

Al poco tiempo trabajó de profesor y nos contaron algunos de sus alumnos que enseñaba muy bien y eso les facilitaba el aprendizaje. Eso sí, era exigente, pero lo hacía por el bien de los estudiantes.

Lo más triste fue cuando ¡¡¡BOOOOMMM!!! Estalló la Primera Guerra Mundial y, como en toda guerra, el caos es el protagonista. Las distancias se agrandan y las ausencias dicen presente. Alexander estuvo allí, trabajando en los hospitales de campaña en el frente occidental de Francia. Mis amigos y yo comenzamos a extrañarlo, hasta pensamos que quizás no volvería. No deseábamos trabajar con otros médicos, pero debíamos hacerlo. Esta fue y continúa siendo nuestra función: ayudar en las investigaciones.

De vez en cuando, llegaban sus cartas. Expresaban su preocupación por la muerte de los soldados. Sostenía que se debía a las infecciones de las heridas y nosotros estáticos en el laboratorio, sin poder ayudarlo. Pero la guerra, como todo, algún día se acaba y entonces, Alexander regresó. ¡Qué alivio y alegría saberlo vivo!

En el Hospital St. Mary las actividades volvieron a lo cotidiano. Un día, esto que te cuento me provocó un poquito de asco, él tenía un cultivo. Noooo, no cultivaba ni trigo ni maíz ni nada de eso, cultivaba bacterias y cada día el laboratorio se poblaba de más y más bacterias. ¡Ploc! Justito ahí, arriba de las bacterias cayó una gota de su moco. ¡Puaj! Alexander se llenó de sorpresa al observar que las bacterias comenzaron a disminuir. Comprendió entonces que, en las secreciones nasales existe una barrera contra las infecciones. Hizo pruebas con lágrimas, saliva, sudor y otros fluidos corporales, todo eso de los humanos que me da un tanto de escozor. Cada experiencia coincidía con lo ya observado y fue que, a esta enzima encargada de formar una barrera, la llamó lisozima. ¡Ah! Ahora entiendo. Cuando dicen que las lágrimas son mágicas y sanadoras es porque está actuando esta enzima.

Muchas horas trabajaba Alexander, esas diminutas e imperceptibles bacterias eran su pasión, hasta nos producían celos. Todos éramos como una familia. Pasaron seis años desde el descubrimiento de la lisozima y, como siempre, en el laboratorio seguía habiendo cultivos, de esos que ya te conté. Y ahora, los Staphylococcus eran los mimados. A estos sí que les tengo miedo, son terribles. Es un género de bacterias que provocan vómitos, diarrea, náuseas y otras enfermedades mucho más feas. Así era Alexander, amaba ese mundo.

En agosto de ese mismo año, en 1928, junto a su familia se tomó un descanso. Otra vez quedamos solos. Las bacterias formaron una abundante colonia. Mmm, no, error, error. No es una colonia de vacaciones ni agua de colonia. Una colonia de bacterias surge a partir de una sola que se multiplica. ¡Uyyy, no! Alexander olvidó la ventana abierta del laboratorio. Pasó un día, dos y varios más. Por esa ventana asomó el sol, el viento hizo entrar polvo y con ayuda del frío propiciaron el lugar para que un visitante, un minúsculo hongo se posase en las bacterias. ¡¡No!! Estos no son hongos comestibles, es un tipo de germen que vive en el aire, el suelo, las plantas y hasta en el cuerpo humano. Las bacterias más alejadas del hongo habían crecido hasta producir grandes colonias, pero las más cercanas al hongo estaban simplemente muertas.

Cuando volvió Alexander… «¡Oh, oh, oh! ¿Qué sucedió aquí? Ven conmigo pequeñín», le dijo al hongo que estaba en la casita de mi hermana. Y en vez de tirarlo a la basura, lo observó muy atento en el microscopio. Luego comenzó a cultivarlo y comprobó que producía una sustancia que mata las bacterias dañinas. Esas que provocan las enfermedades que te mencioné, los mismísimos Staphylococcus. A este hongo lo reconoció como Penicillium, y denominó penicilina al compuesto que produce este hongo. Me pareció escucharlo decir «A veces uno realiza un hallazgo cuando no lo está buscando», y realmente así sucedió. ¡Qué bueno! Un hongo salvador.

Hubo momentos en los que Alexander se desanimó con la investigación. Me apenaba verlo tan desvelado. Casi a diario se cuestionaba si verdaderamente sería posible la utilización del Penicillium como antibiótico. Ah, sí, te explico: un antibiótico es una sustancia química producida por un ser vivo o también puede ser un derivado sintético. Al igual que observó Alexander, el antibiótico mata o impide que crezcan ciertos organismos muuuuyy pequeñitos. En su mente danzaban los interrogantes y la preocupación iba creciendo. Pensaba y pensaba si este hongo serviría realmente como antibiótico. Estiré mi mirada en su cuaderno de anotaciones y leí una pregunta inquietante: «¿Será conveniente y seguro aplicar lo descubierto a las personas enfermas?».

Pero la historia no termina aquí. Tuvo momentos de esplendor y otros que se tornaron opacos. Recibió varios reconocimientos en diferentes universidades. Su investigación fue continuada por otros científicos y junto a ellos le otorgaron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1945. Y otra vez hubo festejos en el laboratorio, a las bacterias y hongos los dejamos bien dormidos en un rincón y nosotros cantamos y bailamos como solíamos hacerlo ante un nuevo logro.

A poco la primavera empezaría a mostrarse, fue entonces cuando Alexander se despidió. No recuerdo bien si hacía frío o calor, si llovía o no. Pero estoy segura de que por primera vez una paloma merodeó en la ventana del laboratorio, se quedó quieta mirándonos, aleteó y salió a volar. Ese día supimos que nunca más trabajaríamos con él. Fue el 11 de marzo de 1955, el laboratorio se silenció y ya nada tuvo el mismo color.

Sí, te escucho…. ¡Ah! Por supuesto, en la actualidad se continúa aplicándola y con muy buenos resultados.

¿Cómo? ¿Me preguntas quién soy? ¿Todavía no lo descubriste? Me llamo placa de Petri, fiel ayudante de Alexander Fleming y de todos los investigadores.

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