¿Por qué nos sigue la Luna?

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR MARTHA IRENE SALADINO
ILUSTRADO POR MARÍA RODRÍGUEZ
ARTÍCULOS | KIDS
ASTRONOMÍA
21 de Enero de 2021

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Meztli estaba sentada en el asiento trasero del auto mientras se dirigían a casa. Su papá estaba sentado enfrente, en el asiento del copiloto, y su mamá manejaba el bonito auto negro que se perdía en la oscuridad de la noche. Mientras sus padres hablaban de temas aburridos que Meztli no comprendía, ella se distraía mirando por la ventana. Cada noche, de camino a casa, sus grandes ojos oscuros miraban cómo los árboles y los edificios se iban quedando atrás mientras el auto avanzaba en la carretera. Sin embargo, había un objeto que no desaparecía y siempre los acompañaba a la entrada al pueblito dónde vivían. También cada noche, Meztli hacía la misma pregunta:

—Mami, papi…
—¿Qué pasa? —Preguntó su mami.
—¿Por qué nos sigue la Luna?

La Luna siempre estaba allí y su luz guiaba el camino a casa. A veces se mostraba como una bola gigante y luminosa con un conejo en el centro. Otras ocasiones solo se veía un pedacito y el conejo en el centro se escondía. La Luna era su compañera y siempre guiaba su camino hasta que el auto giraba a la izquierda y se adentraba en los árboles negros.

Los árboles negros eran grandes olmos que marcaban el comienzo de un pequeño camino que dirigía al pueblito donde vivía Meztli. Aunque no le daban miedo, Meztli los llamaba así porque se veían sombríos cada noche a falta de luz que los iluminara y les diera color.

Sus papás sonrieron y su mami le respondió.

—La Luna no nos sigue Meztli, pero es tan grande comparada con los árboles y las casas y está tan lejos que parece que se mueve con nosotros mientras todo lo demás se queda atrás. A ti te parece mucho tiempo, pero solo nos toma treinta minutos para ir de casa de tu abuelita a la nuestra. ¡A los astronautas les toma más de dos días en llegar a la Luna! Y eso que sus cohetes viajan más rápido que nuestro coche.

Al ser tan pequeña, Meztli no comprendía de distancias o tiempos y cada noche quedaba maravillada por la enorme bola blanca que acompañaba a su familia. Entonces comenzaba a cantar la canción que su abuelita le había enseñado y que hablaba de una Luna grandota que alumbraba un callejón.

Conforme Meztli crecía, su curiosidad también lo hacía y siempre que miraba al cielo  para ver la Luna, también veía las estrellas y se preguntaba cómo eran. Antes de cumplir seis años, su papá ya le había dicho que, si quería saber más de la Luna, las estrellas y todo lo que hay en el cielo, debía estudiar astronomía cuando fuera grande, ya que los astrónomos usan un tipo de catalejos gigantes llamados telescopios para ver mejor las estrellas lejanas, los planetas y la Luna.

Pero Meztli no quería esperar a ser grande para ver todo lo que hay en el cielo ni para saber más sobre la Luna. Así que en su cumpleaños número seis, al apagar las velitas del pastel, pidió poder ver la Luna y las estrellas de cerca.

Esa noche, mientras Meztli dormía, un cosquilleo en su nariz la despertó. Cuando abrió los ojos vio un bonito destello flotando en el aire. Meztli se levantó de la cama para encender la luz, pero el pequeño resplandor se acercó y Meztli lo vio de cerca. Era una mariposa.

—Hola Meztli, me llamo Papalotl y vengo a cumplir tu deseo. Voy a llevarte a ver a tu tocaya la Luna.

La Luna era la tocaya de Meztli porque Meztli significa Luna en náhuatl.

—¡Pero también pedí ver una estrella de cerca! —Exclamó Meztli.
—Eso no es posible, Meztli, y te voy a explicar por qué: en el universo hay tantas estrellas que nunca acabarías de contarlas. Desde el jardín solo puedes ver unas cuantas, pero en el universo hay más estrellas que granos de arena en la playa a la que fuiste en el verano.
—¿En serio? ¡Pero en la playa había mucha mucha arena!
—No ves todas las estrellas porque están muy muy lejos. Es como si intentaras ver la llama de una vela encendida en tu casa desde el patio. Cuanto más te alejas, menos luminosa se ve. Las estrellas también tienen diferentes tamaños. Algunas son muy pequeñas y otras son muy grandes. Nuestro Sol es una estrella pequeña. Las estrellas también tienen diferentes temperaturas, unas son muy calientes y otras más frías. El Sol tiene una temperatura intermedia, pero aún así, es miles de veces más caliente que el horno para hacer pasteles de tu mami. ¡Nos derretiríamos si intentamos visitarlo!

Un poco decepcionada, Meztli preguntó:

—¿Y no podemos visitar una estrella menos caliente?
—No, Meztli. A parte de ser muy calientes, las estrellas están muy lejos. La estrella más cercana a nuestro planeta es el Sol. La que le sigue se llama Próxima Centauri. Aún viajando lo más rápido que puedo nos tomaría más de cuatro años llegar a ella. Y si no nos derretimos, regresaríamos cuando tuvieras casi quince años. No verías a tus papis en todo ese tiempo.
—Oh, ¡qué mal! Pero, entonces, ¿a la Luna sí podemos ir y volver antes de que sea grande? Mi mami me dijo que los astronautas tardan días en legar a ella.
—Sí. Yo puedo viajar más rápido que una nave espacial. Volveremos antes de que despierten tus papis. Primero déjame llenarte de polvos protectores porque sin ellos no puedes salir de la Tierra. Te explico para qué sirven mientras volamos.

Meztli sonrió mientras se ponía sus pantuflas y Papalotl la llenó de polvos protectores de diferentes colores.

En un abrir y cerrar de ojos la pequeña Papalotl se elevó lentamente en el aire y Meztli también lo hizo. Conforme lo hacían, Meztli comenzó a ver cómo su casa se alejaba. Poco a poco, no fue solo su casa, sino también su pueblito, después la ciudad se hizo chiquita y pronto comenzó a ver lagos y montañas.

—¡Guauu! —Meztli estaba encantada de poder volar.
—Meztli, ¿sabes qué es la atmósfera? —Preguntó Papalotl.
—Sí. Es una capita que no podemos ver pero que protege a nuestro planeta y contiene el aire que respiramos para vivir.
—¡Muy bien! ¿Y sabes de qué lo protege?

Meztli se quedó pensando, pero no supo qué decir. Papalotl le explicó.

—En el universo hay unas partículas mucho más pequeñitas que el polvo, llamadas rayos cósmicos. Son tan chiquitas que no las podemos ver. Parecen balines que viajan muy rápido y si chocan contra ti te hieren y hacen que te enfermes. La atmósfera es una armadura que nos protege de ellas. ¡Y no solo eso! La atmósfera también es como una cobijita invisible que mantiene al planeta calientito. Para ir a la Luna debemos salir del planeta y de su cobija protectora. Los polvos que te di crean una capita protectora alrededor de tu cuerpo que te da aire, te mantiene calientita y te protege de los rayos cósmicos.
—¿Por eso usan los astronautas trajes gigantes? ¿Para protegerse?
—Sí. Eres muy inteligente, Meztli. Ya casi llegamos. ¿Lista? —Respondió Papalotl.

Meztli miró abajo y vio una gran pelota azul. Era la Tierra con sus océanos gigantes. La Luna se hacía más y más grande conforme se acercaban.

—¿Dónde está el conejo que veo en las noches en la Luna? —Preguntó Meztli.
—No es un conejo. Desde la Tierra se ve como un conejo porque está muy lejos, pero en realidad son cráteres. En el pasado, muchos meteoritos chocaron contra la Luna y le dejaron esas cicatrices que desde lejos parecen un conejo.
—¡Pobrecita! —Exclamó Meztli.

Descendieron en la Luna y caminaron sobre su superficie polvosa para explorarla hasta que Meztli se cansó. Entonces se sentaron y en silencio contemplaron todas las estrellas que se veían desde allí. Se veían mucho más que desde su jardín. Papalotl tenía razón. ¡El cielo está lleno de estrellas!

—No hay mucho qué hacer aquí, ¿verdad? —Preguntó Meztli.
—No. Los seres vivos están en la Tierra y eso es lo que la hace agradable. Por eso debemos cuidarla —dijo Papalotl.
—Y, ¿solo hay vida en la Tierra? —Preguntó Meztli.
—No lo sé. Hay tantas estrellas en el universo y tantos planetas que es posible que alguno tenga vida, pero están tan lejos que no lo sabemos. Nadie ha explorado otras estrellas y sus planetas. Tal vez algún día alguien lo descubra. ¿Lista para regresar?
—Sí. ¡Este fue el mejor deseo que pude haber pedido! ¡El universo es tan bonito!

Al llegar a casa, Meztli se metió en su cama y Papalotl se despidió. Pero antes de irse Meztli le hizo una pregunta,

—¿Crees que algún día pueda ir a las estrellas u otras Lunas?
—No veo por qué no. Creo que un día podrás hacer tus propias estrellas. ¡Nunca dejes de hacer preguntas! Buenas noches, Meztli —Papalotl se despidió.

Meztli creció feliz recordando su viaje con Papalotl y preguntándose cómo podía hacer sus propias estrellas. Cuando fue grande estudió astronomía y aprendió que para estudiar las estrellas aparte de usar telescopios también podía usar la computadora. Las personas que usan la computadora para estudiar el universo se llaman astrofísicos computacionales y aunque suena muy complicado es muy divertido. Meztli descubrió que Papalotl tenía razón. Meztli no visitó estrellas en el cielo, sino que aprendió a crear sus propias estrellas en la computadora donde las podía ver muy de cerca.

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