El retorno del Dr. Pulpfinger

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Todos creían que estaba muerto. El malvado Pulpfinger von Kraken había sufrido un grave accidente años atrás, poco después de su último encontronazo con los agentes Omega-6, la organización secreta de peces espías. Pero, en realidad, von Kraken logró escapar tras aquella catástrofe subacuática, y estaba listo para volver a la acción.

TEXTO POR FERNANDO GOMOLLÓN-BEL
ILUSTRADO POR CATALINA PARRA
ARTÍCULOS
QUÍMICA | ZOOLOGÍA
20 de Mayo de 2021

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Las estrategias de camuflaje de los peces espía, incluido Oxymonacanthus (el agente 007), habían mejorado desmesuradamente en los últimos años. A pesar de la enorme inversión en contrainteligencia, el doctor Pulpfinger no había logrado descifrar el secreto de los agentes ictícolas. Las consecuencias fueron desastrosas para von Kraken. Un día —según recordaba, especialmente ácido, debido a las altísimas concentraciones de dióxido de carbono disuelto en el agua— casi logran derrotarle. Mientras se dirigía al laboratorio, un grupo de peces espía tenía preparada una emboscada y le asaltaron por sorpresa. Agarró el freno de mano con dos tentáculos mientras volanteaba con otros tres y pisaba todos los pedales al mismo tiempo, presa del pánico. No pudo evitar chocar contra una barrera de coral. El pulpomóvil quedó hecho trizas y, por desgracia, varias esquirlas de metal le dañaron la visión para siempre.

Pulpfinger pasó días hospitalizado. Un día, cuando el enfermero (un equinodermo encantador) le trajo la comida, observó algo que había pasado por alto toda su vida. Veía borroso, muy borroso, y no diferenciaba qué había en el plato. Sin embargo, cuando cogió la comida con su tentáculo izquierdo —bueno, con uno de ellos— supo identificar el menú con todo lujo de detalles: eran huevas de salmón en salsa verde, con un poco de cilantro seco y, de postre, unas algas fritas al punto de sal. Sorprendido, von Kraken le preguntó al equinodermo si se estaba volviendo loco. Quizás, como dicen, cuando pierdes un sentido se te agudizan los demás. O tal vez el accidente había sido más grave de lo que creía y su enorme cerebro de cefalópodo estaba sinestésico perdido, mezclando sentidos, sensaciones y sabores. Se acordó de una sardina amiga suya, muy simpática, que escuchaba música de colores, hablaba de las danzas doradas de Debussy y las toccatas turquesa de Telemann. Viendo su cara de preocupación, el enfermero no tardó demasiado en contestarle:

—Es muy normal, señor von Kraken —dijo amablemente.

Pulpfinger estuvo a punto de corregirle: «Es doctor von Kraken». Luego recordó todos los problemas que tuvo con su beca. No consiguió ningún certificado que demostrara su estancia en las Malvinas, y un calamar (que, claro, era un cretino) había conseguido más puntos en el baremo. Pulpfinger nunca pudo hacer la tesis, así que, técnicamente, no era doctor. Al menos no según los criterios académicos oficiales. Pero siempre acompañaba su nombre del título: llevaba muchos más años en investigación que la mayoría de los profesores de la Universidad del Mar Caspio, por ejemplo. Cuando por fin decidió contestar al enfermero, este se adelantó:

—Como le decía, no hay nada de qué preocuparse, señor. Es total y absolutamente normal.
—Esto es… ¿normal? —Preguntó Pulpfinger, tartamudeando, todavía en shock. Podía saborear con sus brazos, cómo narices podía ser eso normal.
—En un momentito pasa la doctora a explicárselo. ¡Disfrute las algas fritas! Hacía meses que no servíamos este postre.

Efectivamente, las algas estaban deliciosas. Habrían estado mejor con un poco de mayonesa, pero conseguir huevos a cuatro mil metros de profundidad es complicadísimo, sobre todo con los presupuestos ridículos que maneja el SPSS (Servicio Público de Salud Subacuática). Intentó encender la televisión para distraerse, disfrutar de su serie favorita y, seguramente, de una siesta reparadora, pero no encontró el mando. Además, la tele iba con monedas y Pulpfinger nunca llevaba efectivo encima, así que desistió y decidió pasar el rato mirando el móvil, echando un vistazo a las últimas noticias. Los principales periódicos le daban por muerto: El Omega-6 elimina por fin al enemigo público número uno, titulaba El Océano; Agentes secretos acorralan y aniquilan al malvado Pulpfinger, decía El Barlovento de la mañana. «Algún día me vengaré de los malditos espías —pensó—. Algún día podré volver al laboratorio para continuar los experimentos. Algún día…». Unos golpecitos en la puerta le hicieron perder el hilo. Se giró instintivamente a ver quién era, pero no vio más que un borrón plateado y blanco. Imaginó que sería la doctora.

—Buenos días, doctor von Kraken —saludó la doctora, que obviamente conocía la fama de su paciente. Inmediatamente después, pareció leerle el pensamiento—. No se preocupe, ni el Omega-6 ni los periodistas saben que está ingresado aquí. Ya sabe, Hipócrates y todo eso, nuestro deber es protegerle, y divulgar su paradero conseguiría justamente lo contrario, me temo.
—Muchas gracias, doctora, se lo agradezco de corazón. Y tengo tres corazones, imagínese lo muchísimo que se lo agradezco —bromeó el cefalópodo. La doctora sonrío ligeramente.
—Me ha comentado el enfermero que está preocupado por… —hojeó el informe al pie de su cama—¿una sinestesia?

Al principio le dio un poco de corte responder. Igual se lo había imaginado, lo mismo era una estupidez. Notó que la doctora posaba una aleta sobre su hombro:

—No se preocupe, de verdad, tiene una explicación. Lo sorprendente, en realidad, es que no lo haya notado hasta ahora. Porque usted es un pulpo, ¿no?

Pulpfinger asintió. La doctora se alejó de la cama un momento y volvió con algo en la mano. Tomó uno de los tentáculos del paciente y lo puso encima del objeto misterioso, que parecía amarillo y viscoso.

—¡Es un flan de plancton y cochayuyo!

«Espera —pensó—. ¿Acaso he vuelto a detectar el sabor con mis ventosas?». Se llevó el flan a la boca y comprobó que, de nuevo, había acertado. ¡No era sinestesia!

—¡¡No es sinestesia!! —Exclamó.
—Claro, ya se lo había dicho —contestó la doctora—. Los pulpos saboreáis, también, a través de los tentáculos. Seguramente estabas acostumbrado a poder ver mientras comías y no relacionabas el sabor con tus extremidades. Pero siempre has podido hacerlo. Sus ventosas, doctor von Kraken, tienen unos receptores proteicos distintos a diferentes terpenos, unas sustancias químicas generalmente muy sabrosas.

Pulpfinger inmediatamente recordó las clases de química farmacéutica que estudió como optativa en cuarto. El aroma a pino, a limón, a cerveza… Todos esos deliciosos olores son, en realidad, terpenos, moléculas que interaccionan con nuestras células desencadenando reacciones bioquímicas que, en apenas un instante, se convierten en olores en nuestro cerebro. Fuera del mar, cuando llueve, ese aroma a tierra mojada también lo produce un terpeno, la geosmina. Su cabeza había retrocedido décadas, a sus tiempos de universitario idealista e ingenuo, todavía enamorado de la investigación académica, las cátedras y las publicaciones. Pero la doctora seguía hablando:

—Muchos de tus platos favoritos estarán, seguramente, repletos de terpenos. Los secretan un montón de deliciosos invertebrados, como los cangrejos. Ay, no debería decir eso, ¡el nuevo gerente del hospital es un centollo! En fin, eso, que es perfectamente normal. Y, además, le será de gran ayuda de cara a desenvolverse después de sufrir una lesión ocular tan terrible. Estos receptores quimiotáctiles también detectan otras sustancias; harán su recuperación mucho más llevadera, seguro.

Von Kraken estaba anonadado. Tantísimos años estudiando biología y había tenido que quedarse casi ciego para percatarse del superpoder de sus tentáculos. Ahora, a pesar de las gravísimas secuelas, tenía ganas de volver a la acción. Quería volver a investigar. Quería desenmascarar los camuflajes químicos de sus enemigos. Y, por supuesto, quería seguir innovando; su última patente sobre las aplicaciones de la reflectina estaba a punto de cumplir cinco años y, desde entonces, no había dado con ningún resultado que mereciera la pena explotar. Los espías le daban por muerto. Pero el Dr. Pulpfinger von Kraken estaba más vivo que nunca. Sus tres corazones latían algo descompasados, pero claramente acelerados y emocionados. Se frotó los tentáculos pensando en todos sus nuevos planos y notó un extraño sabor algo amargo.

—¡Venganza! —Gritó.

 

 

Referencias:

Katsnelson, A. “How octopuses taste with their tentacles.” Chemical and Engineering News, 29 de octubre de 2020. Consultado el 7 de abril de 2021.

Pulido Salgado, M. “Los pulpos perciben el sabor con sus ocho brazos.” Investigación y Ciencia, 5 de noviembre de 2020. Consultado el 7 de abril de 2021.

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