David y Diego jugaban en el jardín. David aventaba la pelota y Diego la atrapaba.
Karla, su hermana menor, llegó corriendo. Se veía agitada. No por la carrera, sino por otra cosa. David y Diego esperaron a que tomara un poco de aire. A Karla no le salían las palabras.
—¿Qué sucede? —preguntó David.
—¿Te pasó algo?
—¡Mataron a Leptón!
—¡QUÉ!
—¡Alguien mató a Leptón! —gritó Karla.
¿Cómo que habían matado a Leptón, el gato del vecino? ¿Quién lo había hecho?
—Explícanos todo.
Karla tomó aire y contó desde el inicio.
*
Karla leía un libro de cuentos. Se le cansaron los ojos y fue a la ventana. Sus hermanos jugaban a la pelota en el jardín. Karla vio a Leptón que jugaba en el jardín.
Un señor vestido con bata blanca salió de la casa y fue por Leptón. No era el señor Schrödinger.
El señor Schrödinger era científico.
El señor que había salido a buscar a Leptón salió de la casa acompañado por otro hombre. El otro hombre también vestía con bata blanca y portaba un bigote y un cabello canoso muy revuelto. Karla los siguió con la mirada. Hablaban de algo muy serio. Karla apenas si escuchaba, las palabras le eran extrañas.
Iba a regresar a leer cuando escuchó: «El gato está muerto».
Karla no pudo más y fue en busca de sus hermanos. Tenía que decirles inmediatamente la noticia.
*
David y Diego resolverían el misterio. Jugaban seguido a detectives privados.
—Voy a ir a preguntar —dijo Karla.
—¿Qué? —gritó David. ¿Vas a ir a platicar con el enemigo?
Karla miró a su hermano con una mirada fulminante.
—¿Y tú crees que te van a decir que mataron a Leptón? —preguntó David con tono burlón.
Karla no quiso discutir. Dejó a sus hermanos y fue a la casa del vecino.
—Ok, buen plan, tú distráelos para que nosotros podamos investigar sin problema —gritó Diego.
David y Diego decidieron infiltrarse en la casa en busca de pistas. Quizá encontraran al mismo gato. Quizá el gato tendría un cuchillo enterrado en el lomo.
No importaba, darían con la solución al misterio.
*
Karla tocó el timbre.
—Hola, ¿en qué te puedo ayudar?
—Mi nombre es Karla.
—¡Eres la niña que vive en la casa vecina? —Karla asintió con la cabeza.
—Me llamo Albert, Albert Einstein. Mi amigo es Boris Podolsky. Somos amigos de Erwin.
—¿Erwin? —preguntó Karla.
—Sí, Erwin. El señor Schrödinger.
*
David y Diego se adentraron pecho tierra en territorio enemigo. David había sido el primero en llegar a la ventana que daba al sótano. Con trabajo logró abrirla.
Brincaron uno tras el otro.
El sótano ocupaba todo el espacio de la casa. En un lado, máquinas extrañas.
En otro lado había una mesa llena con material de laboratorio. Toda una pared con varios pizarrones llenos con fórmulas. La letra era minúscula y casi ilegible. Gráficas y cálculos decoraban también el pizarrón.
—Tengo miedo —dijo Diego.
*
—¿Y sobre qué tema trabajan ustedes?
—Es complicado. ¿Cuántos años tienes?
—Tengo nueve —dijo Karla.
—Muy bien —dijo Einstein. ¿Te gustan las matemáticas?
A Karla de hecho sí le gustaban las matemáticas. A sus hermanos no.
—Pues nuestro trabajo tiene mucho que ver con las matemáticas. Y sobre la naturaleza del universo.
—Lo que tienes que saber es que las matemáticas están en todos lados. Con ellas podemos explicar muchos fenómenos del universo. Podemos calcular la velocidad de un proyectil, medir los objetos, pesarlos. Podemos calcular la energía que se necesita para hacer un trabajo. Podemos determinar el movimiento de las estrellas. El problema es que las matemáticas funcionan de una forma para las cosas grandes y de otra forma para las cosas chiquitas.
—¿Las cosas grandes? —preguntó Karla.
—Las cosas grandes son todo lo que ves, los planetas, las estrellas, un automóvil, un avión, una persona. Todo usa las leyes de la mecánica clásica.
—¿La mecánica clásica?
—Sí, también conocida como la mecánica de Isaac Newton. Un gran científico inglés. La mecánica es la ciencia del movimiento. Es una parte de la física.
Pero el problema es que para las cosas chiquitas necesitamos usar otro tipo de matemáticas. Matemáticas especiales. Ahí trabajamos.
—¿Y por qué usan otro tipo de matemáticas?
—Usamos otro tipo de matemáticas porque hacemos otro tipo de física. Nosotros hacemos física cuántica.
—¿Física cuántica? —preguntó con sorpresa Karla.
—Sí, la física cuántica estudia todas las cosas muy chiquitas del universo. ¿Sabes qué son los átomos?
—Son como canicas muy chiquitas —dijo Karla.
—En eso tienes razón, pero no son solo como canicas. También son como pequeños hilos que vibran. Todo lo que ves, toda la materia, está hecha de átomos. Y los átomos están hechos a su vez de otras partículas más chiquitas. Protones, electrones, quarks, leptones. Tienen muchos nombres.
—¿Los leptones? —preguntó Karla.
—Sí, los leptones son partículas subatómicas.
—Leptón es el gato del señor Schrödinger —preguntó Karla aprovechando el tema.
Einstein y Podolsky se miraron con nerviosismo.
—Sí, así se llama su gato. Tiene ese nombre porque a Erwin le gustan esas partículas.
—Hace rato vi que Leptón jugaba en el jardín. Luego el señor Podolsky salió a buscarlo y lo metió a la casa. ¿Por qué?
La pregunta tan directa de Karla sorprendió a Einstein y a Podolsky.
Guardaron silencio un momento. ¿Cómo le dirían a la niña sobre la posible muerte del gato?
*
Diego miraba el pizarrón. Toda la escritura era indescifrable y ni los diagramas eran entendibles.
—Busquemos al gato.
Encontraron las escaleras. Sin hacer ruido subieron. Se adentraron a la casa. Oyeron voces en la sala. David hizo señas de seguirlo. Irían a investigar en el piso superior. Con cuidado, David y Diego subieron las escaleras. David encontró el cuarto del señor Schrödinger. Estaba limpio y ordenado. Diego dio con el estudio.
El señor Schrödinger tenía más libros que su papá. Ninguna señal del gato.
Diego tiró un libro sin querer. El libro tiró otro libro y este tiró otro libro y otro libro y otro libro. Toda una torre de libros se vino abajo con un gran estruendo. Diego salió corriendo. David lo alcanzó en el pasillo.
—Abortar misión, abortar misión —gritaba Diego.
Era muy tarde. En las escaleras los esperaba el señor Schrödinger junto con un hombre vestido de bata blanca. Los atraparon. David y Diego trataron de zafarse. Fue imposible. De seguro harían experimentos con ellos.
*
Einstein y Podolsky intentaban responder a la pregunta de Karla sobre el gato cuando por la puerta apareció el señor Schrödinger y el otro hombre cargando a dos niños que luchaban por zafarse.
—Encontramos a estos niños husmeando en el piso de arriba. Son los hijos de los vecinos —dijo Schrödinger.
—Entonces son hermanos de esta adorable niña —dijo Einstein apuntando a Karla.
—¿Dónde está Leptón? —gritó Karla.
—Mataron al gato —dijo David.
—Los atrapamos con las manos sobre la masa —dijo Diego.
—Un momento —dijo Schrödinger— nadie mató a nadie. ¿De qué están hablando?
—Mataron a Leptón. Yo vi como Podolsky salió a buscarlo y él y Einstein dijeron que estaba muerto —dijo Karla con toda su furia.
Einstein empezó a reírse. También lo hizo Podolsky. Los niños estaban confundidos.
—Creo que todo esto tiene una explicación sencilla —dijo Einstein. ¿Quieren escucharla?
*
—Hay unas partículas en el átomo que giran alrededor del núcleo. Se llaman electrones —dijo Nathan—. El electrón gira, pero no podemos calcular su trayectoria. Nuestras matemáticas solo dan una probabilidad de que el electrón esté en un determinado lugar en un determinado momento. Eso se llama el principio de incertidumbre.
—El problema con el principio de incertidumbre es que no nos deja saber con exactitud dónde están las partículas subatómicas —dijo Einstein—. Ni tampoco nos permite conocer su estado. Todas las partículas tienen uno: giro, carga eléctrica, masa.
—Entonces —dijo triunfalmente Podolsky— si no podemos determinar el estado, lo único que queda es observar para saber la respuesta.
—Igual nosotros con Leptón —dijo David.
—Exacto —dijo Einstein. Si no podemos saber dónde están las partículas, ni en qué estado están, ni cómo se comportan, tenemos que buscarlas y verlas para tener la respuesta correcta.
—Eso quiere decir —dijo Erwin— que la observación es la clave. El observador, nosotros, participa en la respuesta. Nuestra observación altera el resultado.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con Leptón? —preguntó Karla.
—Tiene todo que ver —dijo Nathan. Erwin diseño un experimento mental donde Leptón es el protagonista. Consiste en imaginar una caja. Hay un frasco de veneno conectado a una partícula subatómica. Dependiendo del estado de la partícula, el frasco de veneno se abrirá o no. Mientras que el frasco de veneno esté cerrado, el gato vive; si el frasco de veneno se abre, el gato muere. ¿Entienden?
—¿Entonces el gato está vivo o muerto? —preguntó David.
—Está vivo y muerto al mismo tiempo. La única manera de saber realmente es abrir y observar.
—¿Cómo que vivo y muerto al mismo tiempo? —preguntó David.
—Sí, eso es lo increíble de las partículas subatómicas. De la física cuántica. El observador tiene un papel importante en el resultado final. Eso es lo que nosotros estudiamos.
—¿Y entonces qué pasó con Leptón? —preguntó Karla.
—Leptón está bien —dijo Erwin. Está durmiendo su siesta. Podolsky fue por él para darle de comer.
—¿Pero y el experimento? —preguntó Diego.
—Es un experimento mental —dijo Einstein. No lo hacemos en realidad, solo lo imaginamos. Podolsky y yo discutíamos sobre la maravillosa posibilidad de que una partícula tenga dos estados diferentes al mismo tiempo, así como el gato en el experimento podía estar al mismo tiempo muerto y vivo.
—¿Entonces Leptón está dormido? —preguntó nuevamente Karla.
—Sí, solo está dormido. ¿Quieren ir a verlo?
Los niños siguieron a los científicos hasta la cocina. Ahí, en una esquina, enroscado en sí mismo, Leptón dormía plácidamente en su camita. Su estómago se inflaba y desinflaba lentamente. El gato estaba vivo.
Y ahora sabían de física cuántica y se sentían muy inteligentes.
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