Una realidad cambiante

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Tercer premio del VIII concurso científico-literario dirigido a estudiantes de 3º y 4º de ESO y de Bachillerato, basado en la novela Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. Certamen organizado por la Escuela de Máster y Doctorado de la Universidad de La Rioja.

 

TEXTO POR LAURA SUÁREZ BADELL
ILUSTRADO POR KARLA ARZATE
ARTÍCULOS
FÍSICA | RELATO
9 de Julio de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

Me tienen aburrida. No es normal ni ver una película. Todo el mundo ve películas sin más. Y mis padres, de vez en cuando, después de ver películas, empiezan con la chapa científica. Lo del colegio, en el colegio, pero ver una de Marvel y sacarle la moraleja científica es una frikada. La penúltima, el libro Un verdor terrible, que lo tengo que leer y hacer un trabajo. Y Ahora la última, vamos a ver una película antigua, que según ellos está genial, Matrix. Del año 99… ni había nacido.

—Ya voy, sois unos pesados. No me interesa esa película nada, pero nada de nada.
—Venga Irene, baja, es una película muy original. Te hace pensar y además es de esas de ciencia ficción que nos gustan —dice mi padre, insistente como siempre.
—Que te gustan a ti, no quiere decir que me gusten a mí.

En realidad, me suelen gustar, e incluso, las historias de ciencia que solemos discutir después, también son guays. Bueno, discutir no, más bien comentar en tertulia.

Aun con todo, tengo quince años, y eso no es lo que hacen las chicas de quince años. Mi padre es ingeniero, y trabaja en no se qué del automóvil. Y mi madre profesora de biología, y eso es una tortura como otra cualquiera. Lo de profesora especialmente, ya que conoce casi todos los trucos de cualquier cosa que con otros padres serviría. En fin, vamos a ver la peli.

—Bajo, en un minuto.

La película es buena y original, todo el mundo vivía en un mundo virtual. Cuando era pequeña había una serie de dibujos animados parecida, solo que entraban y salían como si fuera un juego. ¿Cómo se llamaba? Código Lyoko. A mi hermano le encantaba.

—¿Qué te pareció? ¿Era tan mala? —pregunta mi madre en modo «ya sé la respuesta».
—No, la verdad es que es antigua y los efectos ahora son mejores, pero es súper original.
—Ya te lo dijimos, es muy buena, y tiene mucho de científico con explicaciones reales —aclara mi madre.
—¿Qué era eso de los números que llovían en la pantalla? —pregunto—. Me llamó bastante la atención y no entendí muy bien esa parte.
—Es muy sencillo —responde mi padre—. Todas las imágenes de los móviles, las canciones en mp3, las aplicaciones que usas y toda la electrónica se fundamenta en código binario. Así que cualquier cosa real al final puede traducirse de alguna forma a cadenas de unos y ceros.
—Ah, sí, eso de dividir el número entre dos y coger lo que te da de resto.
—Sí, pero esa es la herramienta, y su utilidad supera a esas divisiones sin más. Imagínate que las cosas que suceden en la realidad pudieran convertirse en un código binario, matemático, y con ello hacer un programa, y eso comunicarlo con la médula espinal. Entonces podría engañarse al cerebro.
—Ah, claro, y eso era Matrix, por eso el mundo real no era el que se parecía al nuestro, sino el que les presentaban a través del «enchufe en el cuello». Aterricé de repente. Realmente la había entendido menos de lo que pensaba.
—Y el libro ¿cómo lo llevas? —Dejó caer mi madre como si tal cosa.
—Bueno, por donde los matemáticos japonés y alemán, pero esa parte es un poco rara.

La verdad es que me estaba pareciendo tan rara que la leí sin mucho interés. La parte de la guerra, los venenos y la parte positiva y negativa de la ciencia y sus consecuencias parecía mas interesante, pero lo de unas matemáticas misteriosas, que casi volvían loco a sus «descubridores» —como dice mi padre—... Sí, dice descubridores y no inventores, afirma que eso esta ahí y no se inventa y que alguien llega a descubrirlo. Vamos… Friki.

—Tienes que leerla otra vez, tiene más interés del que crees. Es más, yo diría que es casi misterioso —dice mi padre. Dos contra uno.
—¡Venga ya! ¿Otra vez?
—No seas cansina, léetela con atención y esta noche hablamos de ello. Llueve y para estar viendo youtubers, mejor lees un rato.

No entiendo como unas personas tan inteligentes acaban tan mal. Mochizuki era un superdotado, pero superdotado de verdad: con dieciséis años en Princeton. Y estudiaban, vaya si estudiaban. Yo que pensaba que los superdotados no necesitan estudiar y resulta que son los que más estudian. Y el otro, Grothendieck, otro crack, resolvió todos los problemas «sin solución» del profesor. Eso sí, solo pensaban en eso. Pero tampoco veo para tanto como dice mi madre este capítulo. Al final no se sabe muy bien qué descubrieron, y lo que parece bastante claro es que o renegaron de ello o se volvieron un poco locos.

—Pues tampoco veo para tanto el capítulo del libro —solté en la cena, con un poco de revancha.
—¡Ah! ¿Sigues sin entenderlo? —soltó mi padre mientras me miraba socarrón. Lo odio, cuando se pone a vacilarte así.
—Sí, parece que «descubrieron» —dije con retintín— una teoría matemática y luego no se la dijeron a nadie porque nadie la iba a entender. Y al final vivieron una vida muy rara. Fin de la historia.
—¿Tú crees?

Me encogí de hombros sin más. Y ahí empezó un discurso de más de una hora, con mezcla de realidad y ficción, con posibles soluciones que dan para pensar. Así que voy a ver si soy capaz de resumirlo.

Empecemos por Matrix. Resulta que una realidad, no como en Matrix, pero sí como lo es una foto o la voz de una persona puede convertirse en uno y cero, bueno en muchos unos y ceros. Así que, de alguna forma, nuestro mundo puede traducirse a estos unos y ceros, de igual forma que sucede en Matrix. Ahí mi padre habló de la belleza y del segmento áureo o algo así, y de Leonardo da Vinci y de El Hombre de Vitrubio (ese que está como metido en una rueda), y de cómo realmente las cosas bellas son proporcionadas y responden de alguna forma a una regla matemática. Después dio un salto al libro, a Mochizuki y Grothendieck. Según él, da la sensación de que habían descubierto algo peligroso o que al menos a ellos se lo parecía. Algo que no estaba al alcance de la comprensión de la gente, y desde luego algo que les preocupó que se supiese. En el capitulo anterior se había visto cómo un avance servía para no perder cosechas y a la vez matar a miles de seres humanos. La ciencia es como un cuchillo: sirve para poder cortar alimentos y comerlos, pero también para matar. En el capítulo siguiente se ven cosas de la relatividad, del espacio-tiempo y similares. ¿Y si esa teoría matemática es el mecanismo que rige el funcionamiento del mundo? ¿Y si conocido el mecanismo se puede manipular? ¿Cuáles serían sus consecuencias? ¿Sería como tener el programa de Matrix y cambiar nuestras vidas?

Sí que te hace pensar sobre el destino, si está escrito o no, si es aleatorio. O como cada acción va configurando tu vida. Tengo que ver la segunda de Matrix, a ver de qué va. Y con este pensamiento en la cabeza, me quedé dormida.

—Despierta, mira la tele, salen las teorías de Mochizuki y Grothendieck. Están hablando del mayor descubrimiento de la humanidad después del fuego y la agricultura. Si primero hablamos de ello —voceaba mi padre desde la cocina.

«Los matemáticos de Harvard anuncian la comprensión del espacio y el tiempo. Y dicen que matemáticamente se ponen al mismo nivel las coordenadas del espacio y la del tiempo. Es decir, igual que en un momento podemos poner una cosa en otra posición, se sabe el algoritmo para poner en otro tiempo una cosa. Y que las ecuaciones que ahora no tienen solución, no se pueden resolver porque el problema está en el ahora. Esto abre una ventana de posibilidades inmensa».

Mis padres se miraron, comentaron algo así como que la humanidad tiene un nuevo reto y que no faltará quien quiera usar el descubrimiento como algo positivo, pero también con no tan buenas intenciones.

—No entiendo nada, papá. ¿Qué está diciendo?
—La verdad es que a mí también me supera y al de la tele más, que habrá leído lo que le pongan. Pero si tengo que explicarte algo, es como si el doctor Strange de Marvel existiera y fuera todo modificable.
—No será verdad, en esa peli hacía cosas rarísimas. Decía que todo estaba en la mente y personas discapacitadas podían volver a andar y jugar a baloncesto. Y el doctor, que no podía operar, cambiaba la realidad el espacio y todo.
—Pues algo así, por lo que dicen. Y si esas son las consecuencias de las teorías de Mochizuki, igual estaban mejor sin descubrir y sin entender.

No tardaron ni veinticuatro horas en establecer el estado de alarma y el toque de queda, como cuando el inicio de pandemia de la COVID-19. Pero ahora parecía incluso más serio. Antes apenas se veía gente, pero tampoco patrullas. Ahora estaba el ejército. Se daba un mensaje de amenaza inminente en una gran capital europea. Se pedía mantenerse las familias lo más unidas y cercanas posible. «Mantener coordenadas próximas», decían los mensajes de la tele.

—Quedaos aquí —dijo mi madre—. Tu padre y yo vamos a recoger a la abuela. Echa el pestillo y no abras a nadie que no seamos nosotros.

Mis padres se marcharon y eché el cerrojo de la puerta.  Mi hermano y yo nos quedamos juntos, más o menos, en el salón. Mi hermano con videojuegos y yo viendo noticias en internet. Las noticias eran cada vez más raras, no tenían sentido. A una catástrofe en un sitio le sucedía una buena noticia de ese sitio. Cada vez mas extrañas. Empezaron a aparecer noticias de sitios que no existen, países que jamás había oído. Y nada de cosas conocidas. Aquello cada vez era más extraño.

—¿A qué juegas? Deja ya de cambiar de juego.
—¿Qué dices? Estoy jugando todo el rato al mismo juego. No te flipes —gritó mi hermano.
—Sí, claro, como que no te veo cambiarlo.

De repente, unos ruidos en la puerta.

—Irene, abre, soy yo —dijo una voz desde fuera. Era la voz de mi padre, pero diferente.

Oteé por la mirilla y era mi padre, pero mucho más delgado. Además, llevaba puesto un extraño uniforme.

—Abre, soy yo. Tienes que confiar en mí.

Estaba segura de que era él, así que abrí. Detrás estaba mi madre, mismo uniforme, y muy guapa, más delgada también. De mi abuela, ni rastro.

—Ya sabes lo que hablamos de la realidad y la transformación. El nuevo mundo es así, hay que convivir con estos cambios de perspectiva. Yo seguiré siendo yo; tu madre, tu madre y tú y tu hermano, tú y tu hermano. Pero estaremos sujetos a variaciones, como envejecer, algo que antes veíamos normal, ahora será diferente, es un concepto más amplio.

Eran mis padres, pero no lo eran. La realidad era flotante y me fui a la cama con una sensación muy rara. Me explicó mi padre que antes el tiempo pasaba a todos por igual, pero que ahora, no solo las velocidades próximas a la velocidad de la luz lo modificaban o las masas como en la película Interestelar. Ahora, al estar separado simplemente en el espacio, todo podía verse modificado. Como cuando hace mucho tiempo que no ves a una persona y esta cambia, pero ahora también cuando se aleja. Raro, muy raro.

Me costó dormirme. Mi padre me dijo que las autoridades querían que las familias estuviesen juntas para que los cambios les afectaran a todos a la vez y no hubiese choques psicológicos. Quizá tenga razón. A ver qué nos encontramos mañana.

De repente, sonó el despertador, y mi padre se acercó a la cama. Había vuelto a engordar y también mi madre.

—¡¡¡Estás gordo!!! —grité con júbilo—. Mamá, ¡¡¡tú también has engordado!!!
—Muy graciosa —dijeron los dos a la vez

Todo había sido un sueño. No estábamos en esa… ¿cómo lo llaman? Distopía. O sí.

 

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