Camino de ida y vuelta a la luz de la luna

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Nunca, en mis veintiocho años de vida, me había encontrado sumida en una oscuridad tan total. Al aire libre, sin luz artificial y con las nubes tapando la luna y las estrellas, apenas podía ver mis propias manos o a mis compañeros de patrulla. Lo único que captaban mis ojos era una delgada línea de luces lejanas de la localidad de Tarrafal.

El olor a salitre del mar, conversaciones en kriolu y el arrullo de las olas llenaban el resto de mis sentidos. Estaba en una playa de la pequeña localidad de Ribeira da Prata, al norte de la isla de Santiago, en Cabo Verde. Más de cinco horas de vuelo desde Casablanca habían hecho falta para presenciar un fenómeno natural que tiene lugar durante los meses de verano por todo el archipiélago del país: el anidamiento y nacimiento de cientos de tortugas de la especie Caretta caretta.

TEXTO POR ISABEL LÓPEZ SARDÁ
ILUSTRADO POR JAIME GONZÁLEZ
ARTÍCULOS
BIODIVERSIDAD | BIOLOGÍA MARINA | TORTUGA
13 de Abril de 2023

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De julio a diciembre, las tortugas Caretta caretta salen del mar, abrigadas por la oscuridad, para desovar en las playas de todo el país.  La nocturnidad es imprescindible para el éxito de su misión porque, al estar acostumbradas al medio marino, abrirse paso en el medio terrestre es toda una odisea. Paralelamente, expertos y voluntarios locales y de diferentes partes del mundo acuden al país para enfrentarse a su propio desafío: patrullar las playas noche tras noche, durante meses. Buscan asegurarse de que la mayor cantidad posible de pequeñas tortugas nazcan y lleguen hasta el mar para que tengan la oportunidad de convertirse en adultas. En Ribera da Prata la patrulla está organizada por Lantuna, una organización caboverdiana sin ánimo de lucro.

Era el final de agosto de 2022, y a las 22 horas varios jóvenes locales se habían reunido en la calle principal, equipados con sacos de dormir y unas linternas especiales para pasar la noche en la playa. «Somos siete. Bueno, ahora contigo ocho», me había dicho unas horas antes, en español y con una enigmática sonrisa, Vanessa Leal, responsable de la patrulla y bióloga de Lantuna.

Me sorprende la juventud de la mayoría de ellos: «son mis niños, me acompañan todas las noches», me cuenta.  Vanessa lleva trabajando en el rescate de tortugas desde que estudiaba Biología en la Universidad de Praia, casi siempre en proyectos españoles —por eso habla español—, pero este es su primer año trabajando para Lantuna, la única organización que se ocupa de esa zona de la isla de Santiago. Es una de las pocas integrantes de la patrulla que no es originaria del pueblo.

Tras caminar varios minutos cuesta abajo y recorrer una zona con vegetación, la playa volcánica de arenas negras de la localidad nos recibe en un pacífico silencio.  Montamos un pequeño campamento al lado de las barcas de pesca, Vanessa forma varios grupos de trabajo y nos reparte los turnos. Cada uno patrullará durante tres horas, mientras el resto descansa, y nos alternaremos hasta que amanezca. 

—Tú irás en el primer grupo, con nuestros guardas, Brad y Game, es el que mayor posibilidad tiene de encontrar tortugas.
—¿Y qué haremos si encontramos una tortuga? —pregunto.
—Comprobaremos si lleva microchip, mediremos el caparazón para ver la anchura y, una vez haya puesto los huevos, los llevaremos a una zona segura para protegerlos, porque en esta playa hay mucha gente —me cuenta. Sin embargo, me advierte de que tengo muy pocas posibilidades de verlas porque, aunque el año pasado hubo ciento cincuenta nidos, este año solo ha habido treinta. Una reducción de más del 80%. Además, aún no ha nacido ninguna, pero me tranquiliza diciendo que es algo normal, los nacimientos varían cada año.

Me uno al resto de mis compañeros de grupo y me pregunto cómo vamos a patrullar en esta oscuridad, pero pronto resuelven mis dudas. Uno de ellos enciende una linterna con una luz roja y alumbra la orilla del mar, disipando la densa oscuridad y dejando al descubierto a decenas de cangrejos que corren a esconderse en pequeños agujeros.

Comenzamos a caminar y me explican por señas que lo que estamos buscando son rastros de caparazones en la arena; unas marcas que dejan estas tortugas cuando se encaminan a un sitio tranquilo a desovar. Una vez allí llevan a cabo lo que se llama «body pit» que consiste en acurrucarse para hacerse sitio y cavar con las aletas. Después llegan las contracciones, la puesta de huevos y, finalmente, una vez hacen su nido, abandonan la playa dejando también unas marcas de salida.

Caminamos de arriba a abajo la playa. Las horas pasan y no hemos visto ningún rastro cuando, justo antes de terminar nuestro turno, alguien exclama… ¡Tartaruguiñas!

La voz viene del vivero, la zona vallada en la que los voluntarios depositan los nidos que encuentran en la playa para preservarlos de los depredadores. Nos acercamos y, al alumbrar el primero de ellos con las linternas de luz roja, revelan la presencia de tres tortuguitas. «¡Son las primeras de la temporada!», exclama Vanessa mientras coge una de ellas y apunta sus datos en una libreta de campo.  Lo que ocurre a continuación es una pequeña maravilla de la naturaleza.

«Vamos a soltar las tortuguitas en el mar», dice, pero, en lugar de acercarse a la orilla se sitúa a una distancia prudencial junto al resto de los voluntarios. Cuando le pregunto por qué no las ponemos directamente en el agua me explica que «tienen que realizar el camino solas, porque de esta manera graban el camino en su memoria y, años después, pueden  volver a la misma playa a depositar sus propios huevos». 

Nada más depositarlas en la arena, las tortuguitas comienzan su instintivo peregrinaje con pasitos torpes. Se encaminan lentas, pero con determinación a la orilla, guiadas por el reflejo de la luz de la luna en la espuma del mar. Vanessa nos advierte que no encendamos nuestros móviles porque con su luz «se desorientarían, se perderían y serían presa fácil para depredadores».

Las dos primeras han alcanzado ya su objetivo cuando, de repente, unos lugareños que no pertenecen a la patrulla se acercan curiosos, iluminando la escena con las linternas de sus teléfonos. Los voluntarios se acercan a hablar con ellos y pedirles que, por favor, apaguen las luces.

Finalmente, la última de las tortuguitas llega a la orilla algo aturdida por la luz del teléfono. La conversación en kriolu sigue y las voces se elevan.

Las tortugas tienen que realizar el camino solas, porque de esta manera graban el camino en su memoria y, años después, pueden  volver a la misma playa a depositar sus propios huevos.

Implicando a los habitantes de la Isla de Santiago

Lantuna nació oficialmente en septiembre de 2013 como organización sin ánimo de lucro que trabaja para la conservación medioambiental, pero fue hace un par de años cuando empezaron a monitorizar tortugas. Ana Veiga, una de sus fundadoras, cuenta que «en 2020 estábamos dando un paseo por playas solitarias de la zona de Tarrafal cuando nos encontramos una importante cantidad de restos de tortugas muertas. Estaba claro que había mucha captura y comercio, por lo que quisimos hacer algo». En septiembre de ese mismo año, en colaboración con otras organizaciones como Fundación Tartaruga, comenzaron a monitorizar las playas.

La isla de Santiago es la más grande, la que tiene más población y en la que más se consume carne de tortuga. Sin embargo, es de la que menos datos se tienen y en la que menos trabajo de sensibilización contra la caza se ha hecho porque tradicionalmente se han priorizado islas donde la cantidad de estos animales es mayor. «El objetivo no es únicamente preservar las poblaciones de tortugas, sino concienciar a los pescadores y al resto de población sobre la importancia de conservarlas, especialmente a los más pequeños», aclara Ana Veiga. Para ello Lantuna realiza diversas acciones de sensibilización como proyectar vídeos, organizar limpiezas de playas y, sobre todo, visitas a los viveros con adultos y niños donde asisten a los nacimientos de las tortugas. «Cada niño es responsable de un nido y los adolescentes participan como voluntarios en las patrullas. Cada temporada podemos tener unos treinta o cuarenta voluntarios, tanto locales como internacionales, además del equipo permanente», explica.

Lantuna también es la responsable de haber decorado las casas y locales del pueblo de Ribeira da Pratas con murales dedicados a las tortugas y su relación con los lugareños: «Lo hicimos en 2018 en Puerto Mosquito y vimos que era un buen medio de sensibilización. Al poco tiempo, decidimos llevarlo a otras zonas, entre ellas Ribera de Prata. Lo hicimos con la colaboración de los voluntarios, miembros de la comunidad y otras organizaciones como la Embajada de Francia o Fundación Tartaruga. Actualmente hemos llevado el proyecto a cuatro localidades».

Las tortugas todavía se enfrentan a muchos desafíos en su camino hacia la vida adulta. Recientemente, a la caza de tortugas se ha sumado otro reto para su supervivencia: la crisis climática.

Más allá de la Isla de Santiago: de Sal a Boa Vista

En otras islas del archipiélago la población de tortugas es mucho mayor. Marcos Hernández Montero, ambientólogo de la Asociación Proyecto Biodiversidade, realiza proyectos de conservación de tortugas en Sal, la isla con mayor población de este reptil tras Boa Vista, y explica que hoy en día hay muchas más tortugas que hace diez años. Estos datos, sin embargo, deben ser vistos en contexto porque no significan que estas tortugas ya no estén en peligro: «tienen que ver con la conservación, pero también con las características del océano; que un año sea bueno o malo depende de muchas cosas y hay que ver el histórico de datos. Estos últimos años hemos batido récords, pero de estas nuevas tortuguitas solo sobrevivirán una de cada mil y tardarán entre veinte y veinticinco años en reproducirse. Tienen ciclos de vida muy complejos».

Las tortugas todavía se enfrentan a muchos desafíos en su camino hacia la vida adulta. Recientemente, a la caza de tortugas se ha sumado otro reto para su supervivencia: la crisis climática. «El sexo de las tortugas está determinado por su temperatura. A partir de cierta temperatura nacen hembras y por debajo machos, pero, por culpa de la crisis climática, cada vez nacen más hembras. A la larga esto podría suponer un problema, ya que, aunque habría unos años de mucha abundancia, llegaría un momento que no habría suficientes machos y la especie colapsaría», explica Marcos.

Desde Asociación Proyecto Biodiversidade están colaborando actualmente en un estudio relacionado con los hábitos reproductivos de las tortugas con la Universidad Queen Mary de Londres: «Cada tortuga sale unas tres o cinco veces por temporada a poner huevos y nosotros les colocamos un GPS para conocer sus rutas, hábitos de desove y sus áreas de alimentación. También tomamos muestras de parásitos y de sangre y hacemos pruebas genéticas y de esfuerzo a los bebés». Además, hace unos años también les colocaron GPS al final de la temporada para saber más sobre sus costumbres y pudieron comprobar que el resto del año se quedan entre Cabo Verde y Senegal. «No tienen mucha mezcla con otras poblaciones de tortugas, se quedan mayoritariamente en la costa africana. No necesitan moverse mucho, una tortuga hembra se puede aparear con varios machos y guardar el semen durante meses para fecundar los huevos varias veces», cuenta Marcos.

Estas condiciones hacen a la población caboverdiana de tortuga Caretta caretta ligeramente diferente a la de otros lugares: algo más pequeña, entre setenta y ochenta centímetros de largo y con una esperanza de vida de entre cincuenta y sesenta años.

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